Lilia E. Cárdenas Treviño, líder social y promotora cultural
Para Patricia Zama, su amorosa cómplice
Marco Aurelio Carballo, se declaraba ferviente apasionado por la lectura y, por ende, de la creación. Escribir y reescribir eran actividades que el autor tapachulteco realizaba cotidiana y rigurosamente. Nostálgico y vivaz al mismo tiempo, Carballo a menudo hablaba de los lejanos días en que transcurrió su infancia y también de la áspera relación que inicialmente mantuvo con su padre y que se normalizó sólo hasta después de la publicación de su primera novela, La tarde anaranjada. El estilo de El Vargas Llosa chiapaneco se caracterizó por la sencillez y madurez. Este es un extracto de varias conversaciones con el director de la revista Gentesur, donde el escritor fallecido este sábado, víctima del cáncer, publicó sus textos durante casi dos décadas
MÉXICO, D.F., 2 de agosto de 2015.- Al interior del restaurante, a esta hora de la tarde el movimiento no cesa; el trajinar cotidiano no sorprendería a nadie y entre los clientes no se distingue, al menos a primera vista, a ninguna de las celebrités del mundo del espectáculo, la política o el jet set local que harían que los comensales volviesen la cabeza, como en ocasiones -sin pertenecer a ninguna de estas categorías-, lo hace entre el sector femenino el paso de este hombre alto, maduro y de viriles rasgos, que generalmente lleva al hombro una alforja de piel café, en la que acomoda su libreta de apuntes, papeles y algunos libros.
Sin embargo, esta vez, su ingreso al local ha pasado casi inadvertido, a no ser por su marcha pausada por entre las mesas, la enfermera con la que se auxilia durante su trayecto y el sombrero tipo fedora con el que hoy viernes 8 de febrero de 2013, trata de disimular la gruesa venda que rodea su cabeza.
Pero seguramente, si en este momento me pusiera de pie y anunciara a viva voz que ese hombre frente a mí -vestido con pantalones de mezclilla y camisa blanca que oculta bajo una ligera chamarra café, hace apenas 10 días acaba de ser sometido a una delicada operación en el cerebro para extirparle un tumor canceroso-, está ya de nuevo en circulación, sería indudablemente el centro de todas la miradas y el testimonio fidedigno de que los milagros sí existen. Por lo menos, esa media tarde, cuando lo veo llegar, así lo creo.
A diferencia de otras ocasiones en las que el trago de whisky, la cerveza o el café de Chiapas serían casi elementos insustituibles en nuestras amenas conversaciones en la ciudad de México, hoy, sentados en la mesa del Sanborns Café de Ángel Urraza y División del Norte en la colonia del Valle, Marco Aurelio tiene frente a sí un enorme vaso de jugo natural color verdoso, una mezcla que no alcanzo a distinguir y que él sorbe, resignado, haciéndome un gesto con los hombros para decirme que por el momento tendrá que conformarse con ingerir sólo ese tipo de bebidas.
Ello ciertamente le desagrada, pero esta circunstancia si bien le ha quebrantado físicamente, no ha minado su irreverencia, ni disminuido su agudo y muchas veces ácido sentido del humor.
Cuando hablamos de temas comunes y de su trabajo como novelista, se da tiempo para recordar que Manuel Becerra Acosta -entonces director del en esos años innovador y revolucionario periódico UnomásUno-, llegó a decirle un día que mejor se aplicara en su trabajo como reportero, porque él nunca triunfaría como novelista.
“Según Manuel, si bien me iba, yo podría llegar a ser un buen cuentista, pero nunca iba a ser novelista. Eso se me quedó muy grabado, porque nunca me quedé a gusto con los cuentos, hasta que decidí tratar de escribir novelas, pero a la vuelta de los años, el tiempo se encargó de rebatir a Becerra Acosta” -dice MAC, como cariñosamente le llaman sus colegas y amigos, aunque en lo particular nunca me he acostumbrado a llamarle así. Le digo, como siempre, Marco Aurelio. Luego hablamos del proceso creativo y le pregunto si en estos días las musas no la han abandonado.
“Para escribir narrativa, más que disciplina se necesita convicción; es algo lógico”, reitera, y aclara que como una verdadera rutina escribe 3 veces al día, y esboza sus ideas mientras imparte sus talleres, y desecha el lugar común de la inspiración.
“Yo creo que los que esperan la inspiración y la llegada de las musas son los poetas, que se parecen mucho a los cronistas, que forzosamente deben reseñar lo que está pasando. En cambio, el narrador tiene que escribir todos los días, porque sus musas trabajan a medio tiempo.
“De pronto dices: ¡ah chingaos!, cómo no se me ocurrió esto, pero antes de que escribas pendejadas y después también”, expresa y luego suelta una alegre carcajada que hace voltear hacia nosotros la mirada de nuestros ocasionales vecinos de mesa.
Cuando en 1995, recién fundada la revista Gentesur le encargué a la reportera Sofía Rodríguez Zepeda una entrevista con Carballo –quien se incorporaría de lleno como colaborador en nuestras páginas-. “Mejor házmela tú, me solicitaba él. “No, mejor que sea una periodista que nunca te ha tratado, pero conoce tu trabajo”, repliqué. En el texto finalmente redactado, quedó de manifiesto que la
lectura siempre había sido una de sus grandes pasiones y admitía que padecía una gran obsesión por los textos, la cual contribuyó a acrecentar su anhelo por “escribir esas historias que no encuentras en los libros y que no necesariamente son personales”.
Desde su niñez, Marco Aurelio recordó que siempre se sintió atraído por la lectura, gracias a la afluencia de libros que había en su casa.
Contaba:
“Mi papá, un peluquero, tenía a su cargo la distribución de los periódicos y revistas que yo vendía los fines de semana y era comprador en abonos -me imagino-, de colecciones de literatura universal que yo leía sin parar”.
El autor de Los amores de Maluja y otros cuentos mencionaba entonces que sus autores favoritos de infancia eran Robert Stevenson y Julio Verne, así como todos aquellos que contaran historias de aventuras. Después, en su adolescencia, comenzó a interesarse por las historias de Fiodor Dostoievski, de quien le impactó su obra Crimen y castigo.
En esa amena charla, Marco Aurelio recordó diversos aspectos de su estancia en Chiapas, donde residió hasta los 20 años y la dificultad a la que se enfrentaba para conseguir libros.
“Estábamos muy aislados, casi no había librerías en Tapachula, a veces había una o dos. Rara vez se abrían nuevas porque tenían que cerrar por falta de clientes”, decía. Ante este hecho, el escritor recurría a los suplementos culturales para conseguir las direcciones de las editoriales y solicitar que le enviaran los libros que escogía al azar, según el autor, o bien “porque el título me atraía”.
Escribir fue una actividad que tempranamente llamó su atención. A los 19 años intentó hacer una novela que destruyó inmediatamente, una vez que se dio cuenta de que manejaba una historia que ya había sido tratada.
-Escribí desde la preparatoria. Entonces tenía un periódico que se llamaba El Bachiller donde calmaba mis inquietudes. Después dejé la universidad y me fui a un periódico, pero una vez que ingresé a Excélsior volví a mi inquietud original de hacer literatura. Y así fue como escribí una serie de cuentos que publiqué en 1976 bajo el título La tarde anaranjada.
“Me di cuenta de que, a pesar de que leía todas las entrevistas que le hacían a los escritores con el fin de saber qué debía yo hacer para poder escribir, eso sólo lo descubriría más adelante, por mí mismo; no puedes aprender teoría de esa forma. La única manera de aprender a escribir, es escribiendo”.
Al escribir un cuento o una novela tienes una serie de sensaciones en etapas, porque es muy distinto lo que sientes a la hora de sentarte a hacerlas, a la hora de terminarlas o a la hora en que las aceptan las editoriales. Creo que lo que mayor satisfacción es la hora de corregir. Hay escritores que disfrutan cuando escriben, porque casi no corrigen. No sé por qué; no sé si yo sea más perfeccionista y obsesivo o porque los otros tienen más talento y a la primera les sale todo”.
Significativamente, Marco Aurelio comulgaba con Ernest Hemingway, su alter ego, en el sentido de que para que un escritor lograse producir una obra redonda, era necesario que éste hubiese vivido una niñez infeliz.
“Yo estoy de acuerdo y no, al mismo tiempo, porque más que a la niñez, él se refería a la adolescencia, porque yo sé que tuvo una niñez muy feliz al lado de su padre. Sin embargo, en la adolescencia todo ser humano la pasa más mal que bien, hay problemas y creo que es el momento en que decides qué vas a ser de grande en términos generales. Yo tuve problemas con mi padre en la adolescencia y creo que tal vez eso me hizo empezar a manifestar mi inconformidad.
Después me di cuenta que mi inconformidad no sólo era con él, sino con la vida en general. Muchas veces estás en desacuerdo con la realidad que te rodea y escribir te sirve un poco como terapia, vas superado problemas conforme los tratas. De hecho, mi primera novela es básicamente un ajuste de cuentas con mi papá. A raíz de ella mi trato con él es de otra manera, cuando menos en lo que corresponde de mi parte hacia él.
-Al paso del tiempo, ambos curamos heridas y me serené. Él era una persona muy difícil y yo bastante rebelde. Teníamos discusiones violentas, pero cuando empecé a argumentar la relación dejó de ser tan abusiva de su parte… En fin. Desde que escribí la novela lo vi como que con más tolerancia”, comentó.
La tarde anaranjada significó para Marco Aurelio no sólo revalorar su figura paterna, sino también una evolución creadora.
“Recuerdo que mi primera novela la corregí unas 30 veces y Mujeriego la corregí 25. Ese es el avance que descubro en la narrativa, además de que se me da con más facilidad la técnica de la escritura. Claro que con esto no quiero decir que descubrí la fórmula o la manera más adecuada para escribir las mejores novelas. Si los escritores conociéramos esa técnica, todos los libros serían best sellers, insiste.
Otro avance al que se refirió el también autor de En letras se rompen géneros y Crónica de novela, es el uso de las computadoras.
“Yo escribía mis novelas a máquina y era una verdadera tortura pasar en limpio 340 páginas una y otra vez. Ahora, con las computadoras, como que la capacidad aumenta, aunque definitivamente el uso de ellas nunca va a darte el talento requerido”.
-¿Qué tanto reflejan tus libros, tus vivencias personales?
-En todos ellos hay mucho de mí. Sin embargo, por ejemplo Mujeriego es una historia que inventé recurriendo a varias historias de mis amigos. Hay tres personajes que creé a partir de lo que observo alrededor, de las situaciones que se viven en los restaurantes a donde voy y puedo estar con unos amigos e imaginar que ahí está el personaje junto con su novia. Incluyo mucho de la realidad actual.
En otros libros en los que me refiero a una época pasada -como mi primera novela que hablaba de mi niñez-, lo que hice fue recordar, ubicarme en el pasado. A veces es más difícil ambientar un texto, pero tienes más oportunidad de conseguirlo si vuelves al lugar en el que estuviste 20 años atrás”.
Al recordar la etapa en la que fue reportero, Marco Aurelio Carballo inmediatamente se refirió a los bajos salarios. “A los reporteros nos pagan muy mal. Un sueldo de reportero nunca va a alcanzar, pero lo que más me gustó periodísticamente hablando fue cubrir la guerra de Nicaragua. Yo creo que esa es la culminación de nuestro oficio.
“A veces resulta muy tedioso cubrir los eventos, ir a la comida de los concamineso de los canacintros, viajar con el presidente o esperar a que llegue el boletín para que tengas la versión oficial y luego no te desmientan. Por eso, definitivamente creo que cubrir un evento de esa naturaleza, como una guerra es la culminación de nuestro trabajo y es muy estimulante.
“Después de que cubres una, lo demás ya no te llama la atención”, explicaba mientras su mirada brillaba en razón de los recuerdos.