Sheinbaum felicita por teléfono al presidente electo de Uruguay
MÉXICO, DF, 8 de marzo de 2015.- María Esther Méndez es una enfermera de 46 años de edad y n los últimos ocho meses su vida cambió.
Sin contar con antecedentes familiares de cáncer, y aunque solía autoexplorarse, nunca detectó una alteración en su seno ni presentó algún síntoma que evidenciara la formación de un tumor. En julio de 2014 una revisión periódica con el ginecólogo ordenó estudios para prevenir la descalcificación de los huesos y una mastografía, la cual detectó una malformación altamente maligna.
El médico le explicó a María Esther que unos puntitos blancos se encontraban en una glándula mamaria, lo que científicamente se conoce como descalcificaciones que evidencian cáncer. La mujer, proveniente de una familia unida, no quiso informar a sus seres queridos del diagnóstico debido a que no podía aceptar que el cáncer se había presentado en una parte de su cuerpo que culturalmente representa la feminidad.
La palabra cáncer le retumbaba en la cabeza porque lo asociaba con «lo peor”, así como con la muerte, recuerda María Esther.
La única alternativa oncológica para la enfermera del Hospital Siglo 21 fue someterse a una cirugía, la cual extirpó toda la glándula mamaria izquierda. Posteriormente la intervención de un cirujano plástico reconstructivo permitirió colocar un implante con su propia piel.
Tras salir de la operación, se sentía “mutilada” y no quería que su esposo la observara, ya que temía que él la dejaría de querer.
En menos de un año María Esther comprendió que a pesar del dolor, la depresión y el duelo por perder una parte de su cuerpo, la detección del cáncer fue a tiempo y el tratamiento a base de hormonas representa una oportunidad para vivir una vida con calidad.