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MÉXICO, DF., 4 de agosto de 2014.- Jorge Melguizo, ex secretario de Cultura Ciudadana de la Alcaldía de Medellín, Colombia, también se refiere a la actuación que debe tener gobierno en torno a los proyectos de barrio existentes.
“Nosotros desde la cultura lo que hicimos fue empezar a conocer, reconocer, valorar y potenciar los proyectos culturales que ya se hacían en los barrios de la ciudad sin el Estado, a pesar del Estado o incluso contra el Estado: movimientos de raperos, grafiteros, etcétera”.
En esas agrupaciones juveniles, barriales y comunitarias ya había hechos de cultura para la paz, para la convivencia.
Esos colectivos culturales, explica, tenían un profundo conocimiento de su territorio –conocen más que cualquiera en el gobierno–, de la geografía social, es decir, de los colectivos y organizaciones, y de la geografía humana. “Pero además tienen metodologías, productos, procesos, la credibilidad de sus vecinos y familiares en el barrio, se convierten en referentes para los pequeños en el barrio. Lo que hicimos fue conocerlos, reconocerlos, valorarlos y potenciarlos”.
Sobre el papel de los medios de comunicación el también periodista señaló que para la prensa los jóvenes sólo existían por dos razones: asesinos o muertos.
“Y entonces se crean otro tipo de referentes, por eso digo que el reto es colectivo, si los medios de comunicación no acompañan estos esfuerzos, el estigma se mantiene”.
En ese sentido, el comunicólogo también destaca el peso del estigma que recae sobre ciertas ciudades.
“Ninguna otra ciudad del mundo ha sido calificada por 20 años como la más violenta del mundo. Medellín lo fue y las cifras decían que era cierto porque presentó la tasa de homicidio más alta del mundo durante dos décadas. Llegamos a tener 382 muertes por cada 100 mil habitantes, eso en 1991 equivalió a 20 muertos diarios. Hoy tenemos una tasa de 30 muertes violentas por cada 100 mil habitantes, es decir, tenemos 92.2 por ciento menos de lo que tuvimos hace 20 años”.
Sin embargo, reflexiona, “nos decían ciudad violenta y no es así. Somos una ciudad violentada y los barrios donde más mataban y morían los muchachos no son barrios violentos sino violentados, somos víctimas no victimarios. Tepito –en el caso de México- no es un barrio violento sino violentado, son víctimas de esta serie de situaciones violentas”.
En ese tenor, la reacción de los gobiernos ha sido equivocada. “Cuando una persona es violentada, agredida, ¿qué espera? El acompañamiento, el abrazo, la compañía, el cariño de sus familiares y amigos. ¿Y qué hemos hecho con estos barrios y ciudades? Todo lo contrario: las hemos alejado, estigmatizado, excluido, encapsulado. Es una situación paradójica.
“Lo que necesitamos es que a estos territorios violentados lleguen muchísimas inversiones sociales, proyectos educativos y culturales. Tienen que poder encontrar otra posibilidad para poder salir de ese laberinto por arriba. Cuando uno está en un laberinto, no ve la salida, y hay que salir por arriba. Y para ello un gobierno tiene que propiciar oportunidades”.
En esa generación de oportunidades y equipamiento cultural barrial, explica, “no se puede pensar que esa pobreza es una imbecilidad o una discapacidad”, es decir, “los contenidos, proyectos y cursos que se hagan en un centro cultural tienen que lograr sacar a la gente de la pobreza, no mantenerla en ella”.
Es decir, los centros de desarrollo cultural deben ser una puerta de oportunidades donde haya cursos de edición digital para jóvenes de 13 o 14 años que les permitan ver que hay otro mundo posible más allá de sus territorios o cursos de nuevas gastronomías para que puedan montar emprendimientos distintos, más allá de cursos de entretenimiento o manualidades.
“No es la cultura para el entretenimiento, que puede serlo; es la cultura para construir una nueva ciudadanía, una nueva manera de relacionarnos con el mundo, una ventana de transformación social, educativa y cultural de nuestra sociedad”, concluye.