UNAM, universidad 54 para Interdisciplinary Science Rankings
MÉXICO, DF, 7 de abril de 2015.- La megafalla ubicada en la costa del Pacífico mexicano posee características similares a la de Japón, que derivó en un terremoto de nueve grados con invasión marina, advirtió la académica María Teresa Ramírez Herrera.
De acuerdo con la investigadora del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), tras la experiencia aprendida en el archipiélago japonés es importante considerar a estas megafallas como puntos de atención.
Explicó que el movimiento telúrico que registró Japón el 11 de marzo de 2011 se convirtió en un parteaguas en el conocimiento sísmico, ya que generó un cambio de paradigma debido a su inesperada magnitud.
Ello se debe a que el conocimiento tradicional refiere que las zonas de subducción, como en la que ocurrió el sismo, no se desplaza constantemente ya que las placas tectónicas se hallan atoradas e inmóviles.
Sin embargo, lo ocurrido hace cuatro años demostró que puede presentarse un rompimiento de la falla en la parte superficial de manera inesperada, precisó la académica en un comunicado.
Advirtió que la experiencia de Japón nos obliga a considerar que no existe una zona de subducción que podamos excluir de experimentar un megasismo.
«Esto lo subrayo porque en la zona de subducción mexicana se ha afirmado que no puede ocurrir uno así, lo mismo se decía para Indonesia y Japón, pero ocurrió», subrayó.
Explicó que se creía que las megafallas como las de Japón y México no se mueven completamente al mismo tiempo porque hay unos segmentos que están atorados y son los que acumulan energía; sin embargo, hay otros que sí se mueven lentamente y liberan energía.
No obstante, en el caso de Tohoku, Japón, se movió toda la falla, tanto la zona que estaba «atorada» como la que se movía lentamente, lo que derivó finalmente en el movimiento sísmico de nueve grados de magnitud.
La experiencia permitió descubrir que se trató de un desplazamiento relativo entre las dos placas de 80 metros que deformó el geoide (la forma de la tierra), lo que es un nuevo conocimiento para el campo que estudia los sismos.
Ramírez Herrera puntualizó que en el caso de la costa del Pacífico mexicano, que abarca de Nayarit y Jalisco, hasta Chiapas, existe una zona de megafalla en un límite de placas similar al de Japón.
Se trata, dijo, de un área de subducción que tiene una extensión aproximada de mil kilómetros y si se moviera como un solo bloque al mismo tiempo, se produciría un megasismo que potencialmente podría alcanzar magnitud nueve.
La académica que trabaja el rubro físico del fenómeno sismológico y de tsunamis, indicó que son evidencias geológicas las que aportan información para establecer, incluso, los denominados periodos de recurrencia de un fenómeno.
Destacó que a través de la paleosismología es posible conocer la historia de los sismos y tsunamis antiguos, aunque en el caso de México los registros con instrumentos apenas tienen cien años o menos.
En ese sentido, advirtió que si consideramos que las placas se formaron hace cuatro billones de años, lo que conocemos de los sismos es apenas «un segundo en la historia de la Tierra».
Aún así, aseguró que es posible apoyarse en el estudio y ubicación de los sedimentos y estratos, evidencia de grandes tsunamis y sismos, lo que a la larga se convierte en más trabajo geológico.
De esta manera, se puede considerar como referencia la información sobre varios eventos en el pasado, como en Jalisco, donde hallamos la evidencia geológica del primer sismo instrumentalmente medido, ocurrido en 1932 y con magnitud 8.2.
«Con el registro geológico también descubrimos otro tsunami que se dio en el siglo XIV. Asimismo, en 1787 sucedió un sismo de magnitud estimada de 8.6, que produjo un tsunami en la costa de Oaxaca e inundó hasta seis kilómetros tierra adentro y del cual también identificamos la evidencia geológica», expuso.
Aclaró que hasta el momento no existe la predicción, pero con el conocimiento geológico sabemos qué probabilidad de repetición existe en cierto periodo.
Los eventos tan grandes no son tan frecuentes, pero debemos crear alertas y educar a la población, establecer leyes de construcción con rigor y determinar sitios donde pueda refugiarse la población, finalizó.