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MÉXICO, DF. 20 de junio de 2014.- A través de su ópera Motecuhzoma II —basada en Motezuma, drama operístico de Antonio Vivaldi (1678-1741)—, el violinista mexicano Samuel Máynez alcanzó la utopía que la historia no logró: la convivencia y diálogo de dos mundos que colisionaron durante la Conquista de México-Tenochtitlan.
Durante una revisión de esta pieza del bel canto, que se realizó recientemente en el Museo Nacional de Antropología (MNA), el músico afirmó que en su creación, la música es la que logra la comunión de dos mundos, de dos culturas distintas.
“Los instrumentos y las armonías provenientes de Europa pueden convivir armoniosamente con los instrumentos prehispánicos que integré a esta versión con música del compositor europeo”, dijo Máynez durante la charla Motecuhzoma II, una relectura de la ópera Motezuma de Vivaldi desde la visión mesoamericana.
“Busqué una ambientación más apegada a la cosmoacústica mesoamericana, que no fuera un capricho mío, sino que el libreto lo sustentara; cuando se escuchan las ocarinas, que representan al viento, es Quetzalcóatl quien se hace presente. Se buscó que tuvieran referencia con los elementos del mundo mesoamericano”, puntualizó.
Fue en 2002 cuando el también escritor descubrió una copia del manuscrito del melodrama operístico estrenado en 1733. La trama original ensalza la Conquista que concluye con un final feliz, donde Motezuma es representado como un personaje anormal y ruin, que no muere y cuyo reino es un regalo de bodas para uno de los hijos de Cortés (llamado Fernando en esta puesta operística) y su hija.
Por tal razón, Samuel Máynez decidió elaborar una nueva versión donde la visión mesoamericana fuera la que dirigiera la trama. Para tal empresa, el violinista recurrió a especialistas como los doctores Miguel León-Portilla y Alfredo López Austin para apoyarse en los aspectos históricos, con este último hizo el libreto, apegado a la objetividad histórica.
Rafael Tena Martínez, historiador e investigador de la Dirección de Etnohistoria, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), se encargó de traducir las arias del italiano al náhuatl, mientras que Librado Silva se ocupó de los parlamentos en prosa.
“Para traducir las arias, obviamente, como están en verso, hubo que contar el número de sílabas y hacer que también en el náhuatl correspondieran en número, para que se pudieran cantar”.