El periodismo de paz en un mundo en llamas
MÉXICO, DF, 26 de mayo de 2015.- Vicente Aranda, uno de los grandes autores del cine español durante las últimas cuatro décadas, murió a los 88 años, publica en una espléndida nota el portal del diario El Mundo.
Su desaparición llega seis años después de su última película, Luna caliente, la cinta con la que cerró 45 años de trabajo en primera línea.
La historia de Aranda había empezado en los años 60, en aquel momento de impulso llamado la Escuela de Barcelona, una especie de réplica española de nueva ola francesa de los años 50.
De esos años iniciales queda el recuerdo nítido de Fata Morgana y Brillante porvenir, dos películas pioneras en el propósito de retratar una burguesía culta y encantadora que se dejaba llevar por el dolce far niente.
Un tema que hoy nos resulta muy moderno.
Por el camino, se fueron dibujando los temas clásicos en la obra de Aranda: el sexo, la dependencia, la crueldad, la violencia, la literatura… Las salvajes fue otro alto en su carrera.
Y La salvaje Fanny Pelopaja (1984) fue la película que culminó los años brutales del cineasta barcelonés: un thriller cuando no se hacían thrillers en España sobre un policía y una prostituta que entablaban una relación de amor-odio sucísima, definida por un escenario claustrofóbico.
Fue también la película que condujo a Aranda a un nuevo momento en su carrera: el del éxito.
Aranda se convirtió en la segunda mitad de los 80 y durante los años 90, en el prototipo de cineasta autor de aquella época.
Buscó en la literatura y en el periodismo para encontrar material noble: encontró a Juan Marsé, que odiaba las adaptaciones que Aranda hizo de sus películas.
Quizá tenga su parte de razón, pero casi todos recordamos La muchacha de las bragas de oro, Si te dicen que caí y El amante bilingüe’con buen sabor de boca.
Encontró a Luis Martín Santos y firmó Tiempo de silencio. Encontró a Manuel Vázquez Montalbán y dejó una versión muy digna de Asesinato en el Comité Central.
Encontró a El Lute y firmó dos películas notables sobre el penúltimo bandolero.
Y entonces, llegó Amantes (1991), molde y culminación de todas las películas de Aranda, escrita con la precisión de un proyecto de ingeniería junto a Álvaro del Amo y Carlos Pérez Merinero: un triángulo amoroso, dos buenos chicos un poco inconscientes y una mujer a la desesperada, una estética clasiquísima, un paisaje angustioso.
La película llegó a Berlín, se llevó un Oso de Plata a la mejor actriz para Victoria Abril y se estrenó con cierta repercusión en Estados Unidos. Era el año de Instinto básico, y en América relacionaron las dos películas por su equipaje erótico. Si recordamos ahora en Amantes, la comparación suena un poco peregrina.
Quizá haya que pensar más en alguna película de Bernardo Bertolucci, cineasta que como Aranda ha viajado del mundo más o menos contracultural al gran cine de autor más o menos comercial en un periodo parecido.
Hubo más películas notables en la carrera de Aranda: Libertarias, Carmen, Juana la loca, La pasión turca, hasta languidecer poco a poco en el siglo XXI.
«Creo que he hecho películas mejores que Amantes pero cuando me quieren echar un piropo siempre me hablan de Amantes», decía Aranda en 2006.
Sus entrevistas siempre tenían algo brutal e impredecible, algo justamente de pelopaja.
Puede que Aranda tuviera razón y que Amantes sólo fuera una película más, o puede que no. En cualquier caso La hoja de servicios que queda es larga y tiene momentos brillantes.