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MÉXICO, DF, 26 de septiembre del 2014.- Un día como hoy, pero de 1960 se realizó el debate entre Richard Nixon y John F. Kennedy, para convencer a los electores de los Estados Unidos sobre quién de ellos sería el más indicado para convertirse en mandatario de aquel país. Sin embargo, el factor decisivo de aquella confrontación fue un medio de comunicación cuya influencia había sido subestimada hasta ese día: la televisión.
Aquel encuentro de hace 54 años, el primero de su tipo transmitido en vivo por este medio, fue visto por 70 millones de personas, algo inusitado, pues el contar con un aparato receptor era considerado como un lujo para las familias de aquel entonces.
El formato incluyó turnos de presentación, preguntas de periodistas especialistas y un intercambio de ideas entre los protagonistas, centrados en la política interior de su país, todo esto en un lapso de una hora. Pero lo que pasó a la historia y marcó el inicio de las investigaciones sobre imagen pública fue el cuidado (o descuido) de los candidatos por vigilar lo que su comunicación no verbal transmitió al auditorio.
Nixon y Kennedy debieron adaptarse al nuevo lenguaje y los códigos de la televisión, un lenguaje en el que el joven demócrata estuvo mejor adaptado, ante un viejo político republicano, acostumbrado a la radio: John F. Kennedy se convirtió en presidente.
Nixon no invirtió mucho tiempo en preparar estos detalles, confiado en su discurso, vistió un traje gris, que en una televisión en blanco y negro le hizo lucir sucio, desarreglado y su negativa a maquillarse le dio brillo a su cara. Además lucía una incipiente barba y había sido operado recientemente de una rodilla por lo que caminaba con dificultad y sudaba, transmitió la impresión de nerviosismo.
Por ello años después el propio Nixon reconoció: “Confía plenamente en tu productor de televisión, déjalo que te ponga maquillaje incluso si lo odias, que te diga cómo sentarte, cuáles son tus mejores ángulos o qué hacer con tu cabello. A mí me desanima, detesto hacerlo, pero habiendo sido derrotado una vez por no hacerlo, nunca volví a cometer el mismo error”.
Kennedy, por su parte, tomó el sol hasta en la misma mañana del debate para lucir bronceado, vistió un traje oscuro que le hiciera transmitir mayor energía. Preparó a conciencia su discurso y las posibles respuestas escritas en grandes tarjetones azules, un peinado impecable y usó expresiones mesuradas , transmitía felicidad.
Casualmente la gente que escuchó el debate en la radio opinó que el vencedor fue Richard Nixon, pero la avasalladora audiencia televisiva determinó el triunfo.
A partir de ese día el político debió convertirse en un histrión, rodeado por un equipo de especialistas que lo convirtieran en un dandy, refinado, elegante y, sobre todo, atractivo.