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MONTE ALEGRE, Gro., 16 de marzo de 2015.- En una de las tantas curvas que dan la bienvenida a la comunidad de Monte Alegre, municipio guerrerense de Malinaltepec, está el hogar de Calixta Valerio, madre de uno de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, desaparecido el 26 de septiembre de 2014 junto con 42 compañeros.
Su hijo es Mauricio Ortega Valerio, de 18 años y de origen Me’phaa (habitante de Tlapa, en lengua tlapaneca). Aquí, hablar en pasado de su hijo es una afrenta para la familia, por mucho que la «verdad histórica» se haya difundido y los pésames oficiales se hayan generalizado.
Desde su casa de adobe rodeada por buganvilias, Calixta aviva el fuego en una pila de leña done prepara un poco de mole verde con tortillas y sal. Un burro rebuzna a los cafetales y platanales, mientras cuatro gallinas campan a su aire entre las calzadas y desniveles. De una radio de pilas surgen canciones.
Para ella, la desaparición de su hijo, ha sido el pensamiento y calvario que ha rondado diariamente durante sus quehaceres en la montaña: cuidar las bestias, cortar leña, recolectar el café y cuidar de sus otros tres hijos. Todo ello, sin la ayuda de su marido Melitón Ortega, quien recorre asfaltos, platós y asambleas, para reivindicar la aparición de su hijo.
Y dice, entre seria y molesta: “No quiero la ayuda del gobierno, quiero a mi hijo. Él es irremplazable».
En esta situación se encuentran muchas de las familias de los normalistas desaparecidos, en su mayoría de origen humilde y campesino y para quienes el apoyo familiar ha sido más necesario que nunca para dividirse las tareas de labrar y marchar. Hermengildo, El Mere, tío de Mauricio, combina su participación en el Movimiento Popular Guerrerense (MPG) -alianza de maestros y estudiantes que tienen ocupado 12 de los 15 ayuntamientos de la región de La Montaña por la aparición de los normalistas-, con visitar y apoyar en lo que pueda a Calixta.
Ella tiene más de 8 meses sin ver a Mauricio, pues desde julio su hijo estaba en la escuela y no lo pudieron visitar por motivos económicos. «Eso sí, le prometimos que iríamos a la clausura del curso». Aparta su azabache pelo del rostro y recuerda lo difícil que fue para su hijo pasar el examen de acceso a la escuela de Ayotzinapa. Antes, había estudiado en Ayutla de los Libres, donde tiene familiares, tras acabar la primaria en la escuela de Monte Alegre.
«Mamá, voy a estudiar en Ayotzinapa para que así pueda ganar algo y no tenga que trabajar tanto», le dijo Mauricio a su madre, quien tiene sólo dos dedos en la mano izquierda y las piernas llenas de cicatrices y quemaduras, por un cazo de caldo hirviendo que le cayó cuando era niña. «Su madre se encontraba laborando y estaba sola, jugando», comenta El Mere.
En comunidades como las de Monte Alegre es de uso común y tradicional el trueque. La familia Ortega Valerio recolecta lo que da la tierra para intercambiarlo por otros productos, que le darán unos pequeños ingresos.
Ese sacrificio de monedas de a 5 y 10 pesos, es el que la familia hizo para que Mauricio pudiera cumplir su deseo de estudiar. «Yo le insistía que tenía que superarse. Es un chico calmado, tranquilo, con buena relación con sus compañeros», dice Aurelio de su sobrino. Maestro en la escuela de primer curso de Monte Alegre, donde reza la leyenda institucional «Guerrero Cumple», Aurelio explica el orgullo con el que la familia decía que Mau iba a ser maestro. «No es fácil tratar de salir de la ignorancia, pero sus padres, de bajos recursos, hicieron todo lo posible para que su hijo estudiara».
En Guerrero, más del 55 por ciento de la población no tiene acabada la educación básica y 17 de cada 100 habitantes no saben leer ni escribir, cuando la media nacional está en 7. En la región de La Montaña, en pueblos como Metlatónoc, Naciones Unidas reportó hasta 60 por ciento de analfabetismo. Estos datos aumentan cuando se trata de mujeres indígenas, donde en municipios como Atlamajalcingo del Monte, por ejemplo, sólo 3 por ciento han ido a la escuela.
El futuro de un joven guerrerense en cifras, no es muy alentador. Quedarse a vivir en el estado y trabajar supone entrar en ese 67 por ciento de la población que no le alcanza para comer, reportan datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social. Migrar hacia el interior de la República como jornalero o ir hacia a Estados Unidos y probar suerte, es otra, y caer en las filas del crimen organizado, es la opción que alimenta las altas tasas de homicidios en Guerrero, que lo han convertido en el número uno de todo el país.
A Melitón, padre de Mauricio, no le hacen falta estadísticas para relacionar la desaparición de su hijo con la pobreza e impunidad que afecta a México. En una de sus recientes intervenciones públicas en el Distrito Federal, declaró que el país necesita una transformación profunda y apeló a intelectuales, estudiantes y académicos a un «cambio verdadero. No sólo por los 43, es por todos los problemas que hay en el país», argumentó.
Al caso Ayotzinapa, se ha sumado el conflicto del gobierno con los sindicatos de maestros y trabajadores de la educación, que representan a 94 mil trabajadores en Guerrero, y que de momento, ya se ha saldado con un muerto en las protestas de Acapulco del pasado 24 de febrero. El centro de Chilpancingo lleva desde octubre ocupado por las tiendas de los maestros y el Instituto Nacional Electoral declaró al estado como foco rojo en las próximas elecciones del 7 de junio.
Calixta apaga la radio. Y saca junto a su hija Gisela, la mesa de madera de pino que hizo su hijo Mauricio antes de irse. Luce impoluta, como si se acabara de barnizar.
–Mi hijo no era ni delincuente ni narco, ¿por qué se lo llevaron?, se cuestiona, sin entender.