La nueva naturaleza del episcopado mexicano
En toda mi vida como reportero nunca había atestiguado un desafío tan grande y grave del crimen organizado contra el Estado mexicano, fundamentalmente contra el gobierno federal y las instituciones de seguridad, orden y justicia que con lo componen.
La capacidad de fuego y el rápido desplazamiento con el que recibieron los integrantes del Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG) –hoy en día el grupo criminal preponderante a lo largo del país– a las fuerzas federales: Ejército, Armada y Policías Federales es un serio desafío y grave afrenta para quienes tienen el uso legítimo de la fuerza.
Posiblemente alertados –con el consabido pitazo— los narcotraficantes sabían de la implementación de la Operación Jalisco y su principal misión: capturar a uno de sus líderes, conocido como el Mencho y desarticular en lo posible al peligroso grupo armado delincuencial, que se ha agigantado en menos de un lustro.
Para los que saben-saben y están inmersos en la lucha contra el narcotráfico el pitazo, la alerta a los delincuentes o bien las fallas u omisiones que llevaron a tan desatinada acción, pudieron venir desde dentro, concretamente del gobierno estatal que durante mucho tiempo desdeñó el crecimiento y la capacidad operativa de dicho cártel y en diversas ocasiones rechazó la ayuda federal, hasta que la tensa y subterránea situación reventó y se convirtió en una de las más sonadas batalla perdidas por las fuerzas federales.
No sólo no detuvieron al líder del CJNG, ni lo desarticularon, sino que los atacaron fieramente, derribaron un helicóptero de combate, abatieron a seis efectivos militares a un agente estatal. Y luego, como fantasmas, desaparecieron entre las gigantescas columnas de humo negro, no sin antes dejar una estela de destrucción y llamas a lo largo de Jalisco a Colima, Guanajuato y Michoacán.
Demostraron, así, una eficaz logística en diversas acciones coordinadas, capaces de levantar verdaderas cortinas de humo negro y desaparecer entre las mismas.
Todo ello implica un gran conocimiento de diversas maniobras militares y paramilitares y movimientos logísticos para entorpecer la acción del Ejército, la Armada y demás fuerzas federales y estatales en su persecución. Simplemente: golpearon y desaparecieron ante la sorpresa de quienes los perseguían.
Reporteros que han cubierto por años la denominada zona caliente de Michoacán, donde operaban los llamados Templarios, señalan que los integrantes de la CJNG son desprendimientos de grupos delincuenciales armados de dicha entidad, como los Viagras o bien integrantes de las autodefensas michoacanas que combatieron a la Tuta y aceptaron posteriormente ser armados con poderosas máquinas de guerra como los fusiles Barret, fusiles M82, mismos que usan los francotiradores gringos en sus guerras en el Medio Oriente, de calibre 50 milímetros, capaces de perforar unidades blindadas como tanquetas, camiones militares y aeronaves.
Mi muy apreciado amigo Juan Pablo Becerra Acosta ha documentado ampliamente que los integrantes del multicitado cártel están fuertemente dotados de armamento muy sofisticado como cohetes anti tanque RPG 27 y los Barret 50 milímetros y que con ellos derribaron al helicóptero Puma matrícula 1009, el pasado 1 de mayo, donde perecieron seis integrantes de las Fuerzas Armadas.
De la batalla del 1 de mayo, hoy sabemos perecieron 15 personas, entre ellas seis soldados que viajaban en el derribado helicóptero, un agente estatal y ocho presuntos delincuentes. Lo del derribamiento de la aeronave no es cualquier cosa, pues nunca antes se había visto que la capacidad de fuego de los narcotraficantes alcanzara tal fuerza y altura.
Para “bajar” una nave de esas proporciones, los delincuentes atinaron a darle en dos ocasiones con proyectiles lanzados por lanza cohetes RPG 27. Se sabe –según versión del diario Reforma— que ese día los feroces delincuentes dispararon hasta seis proyectiles contra el helicóptero, dos lo impactaron, en tanto que cuatro misiles más pasaron cerca de una segunda aeronave sin lograrle hacer daño.
Hoy también nos indican las fuerzas federales que la contraofensiva contra el CJNG la encabezará el general Miguel González Cruz, experto en lucha contra el crimen organizado, pues los ha combatido en Chihuahua, Tamaulipas y Veracruz. Se informa también que el centro de mando a cargo del militar de carrera y desde donde coordinará el despliegue de todas las fuerzas federales, será en Jalisco y Colima, además de supervisar todas las tareas de inteligencia para tratar de minar la capacidad operativa y financiera del grupo delictivo. Toda una tarea de guerra.
Otro diario de circulación nacional revela que hay “ex militares en la estructura del CJNG” y que su gran capacidad de fuego obedece al enorme trasiego de armas que haya a lo largo de la frontera norte, donde se pueden adquirir desde fusiles de alto calibre del uso exclusivo del Ejército estadunidense hasta lanza cohetes rusos.
Entramos, pues, en una fase de guerra prolongada y sangrienta contra la nueva amenaza del Estado, una amenaza que muchas autoridades civiles estatales vieron crecer y no advirtieron a la autoridad federal.
O si no pregúntenle al fiscal de Jalisco Luis Carlos Nájera Gutiérrez de Velasco, con tres sexenios en el cargo y quien, teóricamente, debería conocer las entrañas de su entidad.