Descomplicado
Pobreza y desigualdad flagelos ancestrales
La semana pasada el secretario de Desarrollo Social, José Antonio Meade enfatizó que poco más de siete millones de mexicanos viven con un dólar 90 centavos, es decir, unos 32 pesos al día. Lo anterior, explicó el funcionario federal, es con base en la medición de pobreza que hace la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que toma como parámetro dicha cantidad monetaria.
Lo dicho revela que en México existen 11.4 millones de personas en pobreza extrema, la cual incluye la población identificada por la ONU, aunque el funcionario presumió que 100 mil mexicanos han brincado últimamente esta terrible barrera. En el mismo contexto, otro organismo internacional, la OCDE, aseveró que nuestro país es uno en los que más se acentúa la desigualdad social. José Ángel Gurría, aseguró que pese a los avances en el combate a la pobreza, México es el país más desigual de esta agrupación, que aglutina a los 34 países más desarrollados del mundo.
El mismo gobierno federal ha reconocido que si bien se avanza en el ataque contra la pobreza extrema, la pobreza en general se ha incrementado a lo largo del territorio nacional, convirtiéndose en uno los principales flagelos.
Otros datos reveladores de éste grave problema y deuda social secular y que advierten de un futuro sombrío, desesperanzador, es el que alerta el Colegio de México que asegura que 18 millones de mexicanos clase medieros están en riesgo de caer en la pobreza, entre estos se incluyen profesionistas e informales que han visto limitadas sus posibilidades de desarrollo en el mercado laboral. La institución educativa y de investigación considera que los datos que ofrecen las instancias gubernamentales ocultan la verdad, pues en realidad no vamos bien en la materia, es decir en el combate a la pobreza y la desigualdad.
Hace 25 años, en un reportaje seriado realizado sobre la pobreza en el país, las cifras eran ya alarmantes, había entonces 40 millones de pobres, de los cuales 20 vivían en la miseria extrema. Hoy, las cifras oficiales apuntan a que hay más de 55.3 millones de pobres, de los cuales cerca de 11 millones padecen la peor de las miserias, a la vez que 12.4 millones de nacionales buscan trabajo desesperadamente.
¿Poco o nada se ha hecho? Se ha hecho mucho, diversos programas sociales, pero lo que no ayuda es el modelo económico adoptado desde los 80: un modelo neoliberal, de capitalismo salvaje que empobrece a la mayoría y enriquece (y mucho) a unos cuantos. Este modelo no ve personas, ve sólo números.
Internado, entonces por los rincones de Coahuila, allá por las Salinas del Rey veía que sólo el aletear del buitre sobre los techos de cinc indicaba que había vida. En el Piojo, ubicado a un costado de la planta de sulfatos Químicas del Rey, y justo donde se apilaban montones de tierra salitrosa, escombros y basura y hediondos chiqueros, sobrevivían –en esa que se consideraba la parte civilizada del desierto— entre 30 de las 80 familias de cosecheros de sal. Ahí el peso de la desventura lo llevaban las mujeres cargadas de hijos y problemas. Los hombres habían huido, y si bien les iban se aparecían de vez en vez.
El panorama que observé entonces no creo que hay cambiado para bien, por lo contrario, tal vez ya ni sobrevivan, tal vez desaparecieron pues entonces en el hostil paraje, los niños deambulaban en busca de nada. Pues sólo polvo había, además de charcos con aguas putrefactas. Los marranos corrían tras la gente cuando esta se dirigía a las fosas sépticas; había la necesidad de hacer vigilancia para no ser atacados por los animales mientras defecaban.
Ahí, las tolvaneras eran frecuentes y amenazaban con derribar las de por sí frágiles chozas hechas de adobe, lámina y cartón. Ahí, en un escurriente lavadero de aguas duras, me tope entonces con Flora y Paula, jóvenes de aspecto avejentado, olvidadas por sus hombres y por todas las instancias gubernamentales para hacer más digna su vida de cosechadoras de sal.
De eso ha pasado medio siglo y no creo que hayan tenido futuro las jóvenes avejentadas del desierto. Entonces se culpaba a la década perdida de todas las injusticias sociales. De esos días se han repetido diversos gobiernos neoliberales de distinta bandera, unas tricolores, otras blanquiazules y el rezago social no sólo permanece sino que crece y amenaza con ser incontrolable. Nos damos por bien servidos por rescatar a unos cientos de miles, mientras millones se empobrecen.
Miles de jóvenes recorren fábricas, empresas y demás centros laborales para toparse con la falta de empleo no obstante sus estudios de licenciatura. Muchos han optado por ser “emprendedores” y abrir sus pequeñas microempresas y encomendarse a la suerte. Otros, los más, engrosan las filas de los informales. Pero también los hay quienes no ven más opción que incorporarse a las filas del crimen organizado o convertirse en delincuentes comunes.
Algo hemos hecho que no está bien y el país se enfila al despeñadero, sin solución a estos flagelos de siempre.