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Libros de ayer y hoy
Diez y seis años atrás llegaba a la rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México un médico especializado en psiquiatría: Juan Ramón de la Fuente, la institución estaba gravemente enferma y requería de terapia intensiva luego de nueve largos meses de agonía. La restauración, inobjetable pues, ocupó los primeros lugares de Iberoamérica.
Ocho años después. totalmente restablecida y en los mejores lugares en el concierto internacional de las universidades, llegó a dirigir sus destinos otro médico, especialista en epidemiología: José Narro, quien detectó todas las epidemias posibles al interior para erradicarlas y crear las vacunas posibles para evitar los males de dentro y de afuera. Los logros fueron innegables al mantenerla tranquila sin sobresaltos mayores, fuerte y trabajando.
Ayer tomó posesión de las riendas de la UNAM un médico más, con especialidad en oftalmología, Enrique Graue, profesionista que observa bien dónde está parado pero con la mirada en el horizonte para trabajar por la excelencia y formar egresados competentes capaces de reformar a la sociedad.
Ceremonia sobria y emotiva, en el marco de una sesión ordinaria del Consejo Universitario, allá en el antiguo inmueble del Palacio de la Medicina. Frente a los integrantes del Consejo (directores de escuelas, facultades, institutos y centros, estudiantes, académicos y trabajadores), así como ex rectores y un buen número de invitados especiales, algunos del gobierno federal y ninguno de la administración capitalina, el rector Graue, ya con la venera al pecho advirtió que un país sin educación tendrá un triste e incierto futuro.
Atentos a su discurso, los 15 integrantes de la Junta de Gobierno que luego de una rigurosa auscultación optaron por el ex director de la Facultad de Medicina para regir los destinos de la UNAM en los próximos cuatro años: Cuatro años que se enmarcaron en tiempos de turbulencias políticas y violencia en distintos puntos del país.
Atentos también los ex rectores Guillermo Soberón, Pablo González, Octavio Rivero, José Sarukhán, Francisco Barnés, Juan Ramón De la Fuente y el mismo José Narro, quienes coincidieron en opinar sobre la atinada decisión de la Junta de Gobierno para elegir al oftalmólogo de 64 años.
El punto nodal del mismo: la educación en tiempos de cólera y violencia, la educación en tiempos donde los valores se trastocan y la solidaridad se apaga. La educación como valor supremo en tiempos donde corrupción e impunidad se enseñorean. La educación en tiempos en que debemos navegar hacia mejores puertos de bienestar colectivo. Educación, pues, como la base del desarrollo.
“Educar es nuestra principal misión. Educar sin distingo de ideologías preferencias o condiciones socioeconómicas. Nuestra obligación es egresar a estudiantes competentes y capaces de reformar a la sociedad. Queremos egresados reflexivos creativos innovadores con compromiso social”, dijo el nuevo rector en su discurso de asunción.
Y dijo más para aquellos que han depositado el futuro en la concentración de la riqueza y el poder, para aquellos no ven más que lo inmediato y lo mediático. El especialista en oftalmología trata de abrir los ojos a los mexicanos y ver hacia adelante al decir: “Un país sin educación no tiene futuro, una nación con insuficiente educación tendrá un futuro triste e incierto. México no puede tener incertidumbres, requiere que seamos la mejor Universidad. Por eso se afirma que si le va bien a la Universidad le va bien a México”.
De la Universidad señaló lo esperado y deseado: “encabezaré una casa de estudios orgullosamente pública, laica, plural, indeclinablemente autónoma e identificada con los problemas de México”.
Aseveró que no podemos ser autocomplacientes. “debemos aspirar a la excelencia. La tradición y la fuerza de nuestras inercias no son suficientes para responder a las necesidades de una sociedad que se reconfigura constantemente y que demanda una Universidad conectada con el mundo exterior”.
Advirtió también a los poderes Ejecutivo y legislativo sobre la falta de recursos para las universidades públicas de todo el país y consideró que el progreso y el crecimiento dependen de un presupuesto justo y suficiente. La inversión en educación superior está muy por debajo de los promedios internacionales.
Al término de sus palabras Graue se fundió en un abrazo fraterno y apretón de hombros –muy propio de él—con el rector saliente José Narro, quien nunca dejó de esbozar una amplia sonrisa de satisfacción por el deber cumplido. Retumbó entonces un Goooya colectivo que estremeció los viejos muros de lo que fuera la sede de la Santa Inquisición española en tiempos del virreinato.
Los abrazos y apretones de manos de despedida para José Narro fueron tan emotivos como repetidos por muchos de la comunidad universitaria: “Lo vamos a extrañar”. Él, sonriente, se comprometía a “ser un buen ex rector”. Metros adelante, el largo besamanos para el recién ungido, quien no atinaba a saludar a todos los que se le acercaban uno tras otro para felicitarlo y desearle éxito en su gestión.
Restaurada, curada, la UNAM irá en pos de la excelencia académica. Así sea.