Poder y dinero
Durante más de 17 años he prestado mis servicios a la Universidad Nacional Autónoma de México en diversas asignaturas. Mi arribo profesional a mi amada Alma mater fue a inicios de 1997 por una generosa invitación de mi amigo Gerardo Dorantes, mi jefe en la Dirección General de Comunicación Social. Me cortaba, pues, la coleta como reportero e iniciaba un nuevo reto: el manejo y la información de la UNAM, sueño anhelado durante muchos años.
Recuerdo bien que cuando era estudiante de Ciencias de la Comunicación y Periodismo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y debía tomar mi camión de regreso a casa, siempre pasaba por la Torre de Rectoría. Me detenía a ver los murales y me prometía que algún día trabajaría ahí. Por entonces también hacía mis pininos como ayudante de redacción en Excélsior, aquel periódico que magistralmente dirigía Julio Scherer García, apoyado por Manuel Becerra Acosta, como subdirector y una plantilla de reporteros y editorialistas excepcionales.
La vida del diario era abrumadora, era entregar tu vida a horas y horas en la redacción y sus diversas exigencias, en tanto que el quehacer cotidiano, como estudiante en la UNAM, era embriagador, y no por beber bebidas etílicas, sino por la diversidad y cantidad de actividades extra curriculares. Iban desde la cáscara en las Islas, el jugar futbol americano en sus diversos campos, las idas al teatro, al cine y los fajes en el camino verde.
A diferencia de la redacción del Excélsior aquel, plagado de enormes plumas, caras adustas y gritos de “hueso”, la facultad era un paraíso, conocido por todos como “la casita de muñecas”, pues en ella estudiaban, principalmente, relaciones internacionales, hermosas compañeras avecindadas en el Pedregal, San Ángel y la Romero de Terreros. De tal manera que la misma Verónica Castro era una más de las bellas condiscípulas. Su fama era tal que los estudiantes de otras facultades y escuelas iban a echar taco de ojo.
Entonces podías cruzar la ciudad de sur a norte y de norte a sur en 30 minutos. Así me daba tiempo de ir a estudiar por las mañanas, practicar mi deporte favorito (futbol americano) e ir a las guardias al diario. La vida era intensa, pero nos dábamos tiempo para leer los titulares temprano y la Gaceta de la UNAM en las largas jornadas laborales, algunas que podían concluir con la llamada “caballona”, es decir el cierre de la edición.
En ambas partes tuve grandes maestros. Reporteros y redactores que se daban tiempo para enseñar sus secretos a los “reporteros de probeta”, como nos llamaba Emilio Viale, experimentado reportero de policía. O los mismos Julio o Manuel, quienes nos exigían leyéramos e intentáramos hacer nuestras primeras notas y reportear y reportear. En verdad ese diario no era el mejor de México, sino de toda América Latina, referente internacional, sin duda.
En la facultad nos daban clases escritores, poetas, ensayistas y una pléyade de académicos de primer orden, sin duda también éramos privilegiados. Los amigos los hice en ambos lados, amigos de batallas épicas que se han convertido en mis hermanos de vida. Mencionar a todos y cada uno sería una lista muy larga, pero a ellos me debo.
Así, pues, me inicié como funcionario universitario durante el corto y trágico rectorado de Francisco Barnés de Castro, como director de información. Tres años que corrieron de prisa y con enormes sobresaltos. La historia es conocida como “la larga noche”. Nueve meses de paro estudiantil en respuesta a la reforma del reglamento general de pagos y en los que volví a reportear las 24 horas del día de esos meses sobre el anudado conflicto.
Barnés caería y llegaría a la rectoría Juan Ramón de la Fuente. Mi salida era inminente y así fue. De la mano de Manuel Alonso, quien fuera el comunicador del gobierno de Miguel de la Madrid, sexenio que cubrí para el diario unomásuno, llegué a MVS a la salida de Ferriz de Con y su equipo. Había que rehacer todo. Mi experiencia en radio fue fructífera, pues como director de noticias debía atender los requerimientos informativos de tres noticieros. Conocí entonces los egos inflamados de algunos conductores. Horror.
Renuncié y generosamente un gran amigo (Néstor Martínez) me ayudó a regresar a la UNAM, donde me di a la tarea de armar una especie de “cuarto de guerra”. Los logros fueron muchos, pues a diversos programas radiales y televisivos llevamos la voz de los académicos unamitas. Entonces se le vino el mundo encima a la Club Universidad Nacional, mis Pumas soccer: el estadio era zona de guerra, el equipo en los últimos lugares y en zona de descenso, las relaciones con los medios por los suelos.
El entonces rector De la Fuente nos honró a Luis Regueiro y a mí presidente deportivo y director de información y relaciones públicas, respectivamente. Tiempo después, a propuesta de Regueiro, llegaría al timón como director técnico el mejor futbolista y deportista que ha dado el país: Hugo Sánchez, inigualable pese a la chicharomanía actual.
La decisión de De la Fuente se tradujo en el bicampeonato y en una de las mejores épocas del Club Universidad Nacional.
Llegaría al club como presidente del patronato Arturo Elías Ayub. Ni Luis, ni yo éramos de su confianza y nos renunció. La enorme y grata experiencia con uno de los equipos grandes de primera división sólo duró tres años.
Al poco tiempo el mismo rector De la Fuente me honraría con dirigir a la publicación emblemática de la UNAM: La Gaceta, donde estuve cuatro años y de ahí pasaría a TVUNAM, por instrucciones del rector José Narro, quien siempre se mostró como amigo. Ahí aprendí algo de producción, realización y las artes de la televisión cultural. Además de mis tareas como subdirector de difusión.
De eso han transcurrido 17 años y hoy en una nueva vuelta de la vida debo dejar a mi Alma Mater en circunstancias difíciles y poco afortunadas. Así que sirva esta colaboración para agradecer a todos aquellos que, en su momento, confiaron en mi al interior de la UNAM, y también a todas y todos los amigos de los medios de comunicación que siempre me apoyaron en mis tareas de informador y difusor de los quehaceres universitarios.
Y los que no, pues suerte.