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Libros de ayer y hoy
La casa de la abuela en la Benito Juárez
Por segunda ocasión en lo que va del año se aplica la contingencia ambiental Fase 1, puesta en vigor el pasado martes –y hasta que sea necesario– al registrarse niveles de contaminación por encima de lo tolerado. En algunos puntos llegó a estar en más de 163 Imecas, como en la delegación Benito Juárez, lo cual no es casual.
La delegación Benito Juárez fue por años considerada como uno de los municipios en todo el orbe como de mayor bienestar de vida, no sólo por su ubicación y la dotación de todos los servicios, sino por sus amplias zonas arboladas. Empero, bastaron tres gestiones de jefes de gobierno inescrupulosos para convertirla en la de mayor densidad poblacional, en una de las más conflictivas en cuanto a dotación de los mismos servicios y de movilidad, así como la de mayor deforestación.
Recuerdo muy bien lo que era la delegación Benito Juárez pues he vivido aquí toda mi vida, amén de las largas pláticas como mi abuela paterna, quien fincó en la colonia Del Valle en los inicios de los años 50s del siglo pasado.
La abuela nos contaba, a mí y al resto de sus nietos, que llegó a la calle de Pestalozzi, entre Eugenia y Concepción Beistegui, cuando aquello eran puros llanos y huertas, y se podían observar a los hatos de ganado vacuno y bobino pastar por acá y acullá. Las casas de alrededor eran contadas y de familias numerosas.
La nuestra era una de esas. El hogar de la abuela Mamina bullía siempre por la presencia de sus nietos y en ella vivíamos una docena de personas, entre ellas, los tíos y los sobrinos. Esa casa, por cierto, la recuerdo espaciosa, con un gran jardín con árboles de higos, limones y naranjas. Tenía tres pisos y el juego de las escondidillas era más que un reto pues había muchos lugares donde esconderse sin ser atrapado.
Luego Pestalozzi se fue poblando de más casas con familias numerosas. Poco a poco las decenas de niños y adolescentes que ahí vivíamos fuimos tomando la calle donde jugábamos, en las épocas vacacionales, desde temprano al anochecer. Los tochitos, las cascaritas, el bote pateado, las canicas, el balero, el trompo y la rayuela eran nuestros mayores retos.
El tráfico vehicular era prácticamente inexistente, así que jugar a media calle era la práctica constante hasta que se aparecía “la julia”, una especie de racia que hacía la policía para inhibir nuestros juegos, siempre con resultados negativos pues podíamos saltar las bardas y entrar a los jardines a refugiarnos. La calle y las casas eran nuestras y Pestalozzi nuestro reino.
Crecimos y nuestras familias por diversos motivos tuvieron que vender sus propiedades para emigrar más al sur de la ciudad. Entonces empezó la transformación de la colonia del Valle, sin duda la zona dorada de aquella delegación Benito Juárez.
La pesadilla empezó para los pocos vecinos que decidieron quedarse. De una manera constante empezaron a derribar las casas, a llegar los camiones de volteo para recoger el cascajo, arribaron los camiones pesados y las revolvedoras con cemento y varilla. Donde había casas aparecieron, como hongos, edificios en condominio, reducidos espacios para nuevas familias con dos o más autos.
La ambición de funcionarios al servicio de los capitalinos afloró y aflojó ante la embestida de las constructoras que convirtieron a una de las colonias más amigables de la ciudad, en una zona en disputa por los espacios. Edificios y más edificaciones, algunas de ellas de monstruosas proporciones. Autos en la vía asfáltica y en las aceras, ante la ausencia de estacionamientos.
Apareció también una nueva fauna nociva que se apropió del espacio público: franeleros y ambulantes que ante la complacencia de las autoridades delegacionales han hecho insoportable la convivencia y han tomado aceras y vía asfáltica.
Así, no es casual que los mayores índices de contaminación se hayan registrado en la delegación Benito Juárez, donde también la tala inmoderada de árboles es práctica constante que exigen los nuevos tiempos y las nuevas edificaciones. Túneles y pasos a desnivel donde deberían existir áreas verdes y niños jugando. Bastaría con mencionar el ecocidio cometido en Insurgentes y Río Mixcoac donde se derribaron más de 800 frondosos árboles, pese a las protestas vecinales.
Bastaría ver también lo que acontece en el eje 8, antes conocido como José María Rico, donde se erigen edificios en condominio de proporciones mayúsculas, al igual que en la avenida Cuauthémoc, donde también se observan las edificaciones gigantescas. Todo es cemento y asfalto. No hay áreas verdes, ni árboles.
En la Benito Juárez se concentran la mayoría de los pecados capitales cometidos por los diversos gobernantes de la ciudad de México. Desde Manuel López Obrador hasta Miguel Ángel Mancera Espinosa, pasando por Marcelo Ebrard Casaubon, todos la han envilecido y se enriquecieron a su costa.
Así que la contingencia ambiental estará presente mientras duren los meses de calor, es decir toda la primavera y el verano. Habrá ciertos días en que el envenenamiento del aire mejore, pero no por las medidas aplicadas por el gobierno de la ahora Ciudad de México, como lo es el tan cuestionado y odiado Doble Hoy no Circula, sino por las lluvias y los vientos que soplen del norte. Sólo la madre naturaleza puede corregir los errores repetidos por el hombre.
Así que a acostumbrarse a estos anuncios: “La Comisión Ambiental de la Megalópolis (CAMe) decretó por segunda ocasión en el año la Fase I de Contingencia Ambiental, luego de alcanzar los 161 puntos Imeca en la estación Benito Juárez de la capital mexicana, con los cual tres millones de automóviles dejaran de circular”.
O bien a prepararse a lo que sigue según advierte la Cámara de Comercio, Servicios y Turismo de la Ciudad de México (Canaco): “si las autoridades capitalinas extienden más allá del 30 de junio las drásticas medidas del programa Hoy no circula, provocarán que 80 mil pequeños comercios estén en riesgo de cerrar, con lo que se perderían unos 160 mil empleos.
Su dirigente Humberto Lozano Avilés, enfatizó en que tan sólo en abril –cuando entraron en vigor esas medidas– los negocios establecidos invirtieron 767 millones de pesos adicionales para afrontar esas restricciones vehiculares, entre ellas dejar de circular un día a la semana y un sábado al mes y la prohibición al transporte de carga de circular por las calles de esta capital de seis a 10 de la mañana.
Las políticas sobre movilidad y combate a la contaminación han fallado, pues estructuralmente todo está mal hecho. No hay planeación, ni objetivos a largo plazo. Así que agua y ajo para todos.