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CIUDAD DE MÉXICO, 18 de abril de 2016.- Por sus consecuencias ambientales, sociales y económicas, el gobierno federal debe evaluar la pertinencia de construir o no la terminal aérea capitalina –que sustituiría la actual– en el ex Lago de Texcoco, coincidieron especialistas de diversas disciplinas en el Seminario Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, organizado por el Instituto de Investigaciones Jurídicas (IIJ) de la UNAM.
Christina Siebe Grabach, del Instituto de Geología, quien ha estudiado el tema desde hace más de una década, expuso que vivimos en una cuenca endorreica, es decir, cerrada, sin drenaje natural y que toda el agua escurrida se acumula en la parte más baja, que alguna vez albergó una gran área lacustre y donde se erigiría este proyecto.
En la zona del ex Lago de Texcoco hoy sólo queda una superficie acuática, la Nabor Carrillo, pero es artificial y fue creada para demostrar que explotar el acuífero de la cuenca provoca un hundimiento progresivo de tierra.
“Esto no sólo tiene un impacto en el entorno, sino en nuestra vida cotidiana por el hundimiento en diversas partes de la ciudad. Es un problema grave. La Terminal Dos está en una de las demarcaciones con mayor agravamiento de este fenómeno y donde han detectado las mayores tasas de depresión diferencial”, dijo Siebe Grabach.
Para Fernando Córdova Tapia, del Instituto de Biología (IB), la campaña mediática lanzada para convencernos de que necesitamos un aeropuerto moderno en la CDMX fue diseñada con la idea de que entre menos discusión haya y entre más rápido se aprueben las cosas, mejor. El proyecto se lanzó en septiembre y en diciembre estaba aprobado, sin ningún debate.
En una obra como ésta, el promotor —en este caso el gobierno federal— necesita una manifestación de impacto ambiental (MIA), documento que debe elaborarse con objetividad, además de rigor técnico y científico, para que la autoridad en el rubro determine si los beneficios son mayores que las afectaciones, aunque este proceso muestra algunas deficiencias.
“Por ejemplo, el aeropuerto no sólo comprende las vías de aterrizaje y despegue, sino desarrollos comerciales, parques empresariales y zonas de libre comercio. No obstante, en la declaración de impactos sólo se mencionan las primeras y se soslayan los segundos”, advirtió.
Por su parte Francisco Ibarra Palafox, académico del IIJ, consideró crucial propiciar este tipo de debate porque además de analizar las repercusiones de este tipo de infraestructura, pone el dedo en la llaga, “aunque el despliegue publicitario del gobierno y las empresas interesadas ha sido impresionante, la información sobre su impacto socio ambiental es escasa”, refirió.
“Crear las pistas de aterrizaje, por no mencionar los edificios, requerirá una obra arquitectónica compleja y sólo la instalación de pilotes especiales en un terreno con gran cantidad de agua requiere mucho trabajo”, agregó.
Todos los días vemos al Popocatépetl, pero incluso así se nos olvida que éste sería uno de los pocos aeropuertos enclavados en las cercanías de un volcán activo; tampoco se nos ha explicado cómo afectará al sistema hídrico de la CDMX, en crisis desde hace tiempo, subrayó.