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MÉXICO D.F., 27 de julio del 2014.- José Reyes Jurado, don Pepe, es un hombre con una vida común: padre de seis hijos, obrero pensionado de una empresa de transformación de aluminio, donde trabajó por 38 años. Actualmente tiene 89 años de edad y en todos ellos ha habitado en el mismo lugar, una calle cercana al mercado de la colonia Portales, a unos 20 minutos en auto del centro de la ciudad de México, en entrevista exclusiva para Quadratín México.
A pesar de esto, tiene una historia increíble que contar, pues el lugar donde creció era un ambiente rural, con llanos, vacas y arroyos de agua cristalina. Así era la ciudad donde don Pepe creció:
“A ver de qué nos acordamos”, dice al ingresar a la parte de su casa habilitada como sala. “Aquí nací en aquel lado, en casa de mi primo”, dice señalando hacia la calle paralela de Santa Cruz, que se convierte en Miguel Laurent.
“Según nos contaba mi papá, Agustín Reyes Ramírez, la familia llegó aquí por el ‘24 o ’25 (Don Pepe nació en marzo de 1925) y platicaba eran del norte, aunque él también era de aquí. Mi mamá, Rufina Jurado Galarza, era de Tepelco que es un pueblito antes de Mixquic.”
Don Pepe es un hombre de mediana estatura, alto para el parámetro de su época. A pesar de su edad se mantiene erguido, es delgado y sus manos tiemblan un poco, una secuela de su trabajo en la fábrica de aluminio. Todos los sábados va a la peluquería a que lo afeiten, pues no tiene la sensibilidad necesaria para hacerlo por él mismo. “me corto”, dice.
“Como de diez años nos salíamos a la calle y desde aquí se veía re bien Mixcoac y una ‘T’ grandota roja de la fábrica de cemento Tolteca”, que se encontraba en los suburbios del poniente de la ciudad de aquel tiempo. “Entonces aquí a tres cuadras, en Santa Cruz y el Eje Central empezaban los hornos de ladrillos que se seguían hasta la Narvarte y la Del Valle.
“Por dondequiera que voltearas puros llanos. Fuera de los pueblitos, había una que otra casita. Aquí antes en Bélgica –donde ahora comienza la calle de Isabel la Católica- y Santa Cruz todo eso era llano. Había un rancho y muchos establos con un chorro de vacas. Aquí junto a la casa tenían un establo y había otro en Filipinas y Santa Cruz”, platica.
“Sólo eran zanjas. Allá del otro lado en Santa Cruz, había una anchota” y abre sus brazos para mostrar la dimensión. “Allí había hasta chichicastle, una semilla verde que le daban a los patos”.
Pero también había fiestas, frecuentemente. Todos los vecinos cooperaban, participaban en ellas porque todos se conocían entre sí, sabían a qué se dedicaban y dónde vivían.
“Aquí en la casa eraa puro terreno y las habitaciones estaban atrás. Mi abuela tenía patos y gallinas y también uno de mis tíos, donde ahora vive su hijo aquí a lado, tenía puercos y borregos. Entonces como en su trabajo hacía pachangas, cada ocho días hacían barcacoa, carnitas y baile.
“También había un señor que todos los días traía sus botes de leche y los repartía. Venía a caballo desde Iztapalapa y pedía permiso para dejar sus botes y repartir leche (recién ordeñada por supuesto). Él tenía una orquestita y todos los domingos se ponían a la bailada. Tocaban charleston y piezas antigüitas. Se usaban entonces las polainas, el carrete y su bastón”, explica.
Ahora en estas calles que describe el entrevistado, todo se ha transformado, no hay más baldíos, ni vacas ni establos.
Incluso las antiguas casas solas han desaparecido eventualmente, para convertirse en edificios departamentales, cada vez más estrechos y caros, por la cercanía que tiene la colonia del centro de la ciudad y por su ubicación estratégica, pues por el perímetro de Portales cruzan avenidas importantes como la Calzada de Tlalpan, el Eje Central, que van al norte y al sur o Río Churubusco que conduce al oriente o al poniente.
“Pu’s allá desde Alhambra hasta Bélgica (cerca de donde ahora se encuentra la estación del Metro Portales), había árboles y como estaban grandotes hacían un arco con las copas.
“Pero llegaron a vivir a la esquina de Alhambra y Necaxa, donde ahora hay una tienda Elecktra, unos a los que les decíamos ‘Los Gatos’. Eran unos hermanos que trabajaban en la Forestal y le dieron callo a todo. Tiraron los árboles para hacer su negocio de leña”, explica don José.
“Tlalpan era entonces una calzadita donde cabían nada más dos carros: uno de en cada dirección y el tranvía iba a un lado.
“Afuera de lo que ahora es el Metro Portales había un arbolote, muy grueso y ahí cada tercer día, quizá dos o tres veces por semana, amanecían los coches chocados y ni cuando lo tiraran. Pero lo talaron antes de hacer las excavaciones del Metro porque ya había muchos accidentes ahí (Antes de los años setenta). Seguido se encontraban los coches viendo pa’rriba aunque lo pintaron de blanco pa’ que lo vieran en las noches.”
Pero además de los enormes árboles que juntaban sus copas, donde ahora sólo hay cableado eléctrico y calles saturadas de comercios ambulantes; también había otro tipo de diversión, una que se tenía en pleno contacto con la naturaleza y que además, en la actualidad sería inverosímil:
“Como de chicos siempre tuvimos perros, de a tiro, para que nos dejaran salir decíamos: ‘Oye, pu’s vamos a bañar a los perros’. ‘Sí, nomás no se tarden’, nos decían. Y cuál… nos íbamos a bañar nosotros. Corría el agua bien allí en Churubusco. (Sí, efectivamente en Río Churubusco). Amarrábamos a los perros y nos poníamos a dizque nadar… a vacilar en el agua” dice con una sonrisa de niño que va de pinta.
“No íbamos mi hermano, dos cuates de aquí enfrente y dos de la esquina. Luego nos íbamos los sábados al Country Club, a espaldas, lo que ahora es el Canal de Miramontes (entre lo que actualmente es la parte trasera del Centro Nacional de las Artes y el paradero del Metro Taxqueña).
“Ahí había una zanja grandota y pasaba un agua clarita, clarita. Había hasta pescados y no estaba tan hondo. La tierra era pura arenita porque aquí es así. Ahí sí nos dábamos vuelo porque l’agua estaba fría, pero en aquel tiempo pu’s qué importaba”.
Ahora, con el paso de los años, don Pepe ya no podría hacer eso pues el haber fumado por tantos años dañó sus pulmones y al respirar se le escucha un silbido continuo por la nariz. También, la edad le obliga a abrigarse, pues hasta hace algunos años, el señor prefería salir del cuarto principal que conforma su casa. Tomaba una silla, la colocaba en un pasillo al aire libre y desde ahí miraba el televisor por las noches, porque el calor se acumulaba en el interior.
“En Churubusco”, continúa, “también en la orilla del río había unos membrillotes. Había harta vegetación, a la orilla del río había alcanfores. Pero se empezó a poblar, luego pavimentaron y se acabó todo eso.”