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México, DF, a 22 de octubre de 2014.- Desde Ayotzinapa, Guerrero, llegaron los pupitres de los 43 estudiantes normalistas desaparecidos. Fueron colocados frente a Palacio Nacional junto con sus fotografías, pero no bastaron para llenar ese espacio que sus familiares buscan desesperadamente llenar, después de casi un mes de desconocer el paradero de sus hijos.
La noche y el fresco viento de otoño de la capital mexicana recibió una a una las quejas, peticiones y plegarias de los padres que imploran porque se conozca la situación de los alumnos, aquellos que les fueron arrebatados la noche del 26 de septiembre a escasos kilómetros de la ciudad de Iguala.
“Lo volvemos a decir, queremos saber dónde están para recogerlos o por lo menos darles un sepelio digno, pero necesitamos saber dónde están, que el gobierno de Ángel Aguirre cumpla con su responsabilidad, porque en caso contrario, habrá otro tipo de acciones.
“La radicalización de las marchas está por concretarse, se tomarán medidas de mayor peso, más le vale al gobernador que responda, que diga la verdad y que empiece a trabajar, porque las medidas que siguen, tal vez no van a gustar”, comentó un vocero en lengua indígena.
Por un momento la plancha del Zócalo del Distrito Federal se convirtió en el patio central de la Universidad de Ayotzinapa, faltaban las imágenes de Lenin, Marx y del ‘Che’ Guevara para familiarizar el corazón de México con las instalaciones donde se forman maestros normalistas.
En el suelo y al pie de la monumental asta bandera, se colocaron veladoras, pancartas, imágenes y mensajes con pétalos de rosas con los nombres de los estudiantes.
Los cánticos opacaron, en esta ocasión, a los brotes de violencia y el vandalismo, los rezos hicieron a un lado la apatía de los capitalinos que se sumaron a las porras y exigencias de justicia por esclarecer delitos que se cometen por años en Guerrero.
Encendieron antorchas para abrirse camino en la oscuridad de la negligencia y la corrupción, gritaron consignas contra edificios emblemáticos del poder, como el Senado, la Secretaría de Gobernación y Palacio Nacional.
Algunos, los pocos, pintarrajearon vidrios y paredes, pero sin pasar a mayores, nadie les dio importancia y claramente prevaleció un clamor que tomó fuerza en el centro de una ciudad que se unió con los desaparecidos.
Al final, familiares, estudiantes, organizaciones y asistentes en general entonaron la misma canción y los pupitres, cada uno con veladoras, se quedaron ahí, en espera de que sus dueños vuelvan para tomar clase en Ayotzinapa.