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El vuelo del hombre gana premio biblioteca breve 2025 de Seix Barral
MÉXICO, DF, 17 de abril del 2015.- Una de las mujeres pioneras en la búsqueda de la igualdad fue mexicana y además escritora, Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana. Un 17 de abril de 1695 murió prematuramente a la edad de 43 años.
Sor Juana Inés dela Cruz nació en el poblado de San Miguel Nepantla, Estado de México, un 12 de noviembre de 1651 y, además de ser religiosa de la Orden de San Jerónimo, formó parte de la generación del Siglo de Oro de la literatura hispana, por lo que fue inmortalizada con el sobrenombre de ‘La Décima Musa’.
A muy temprana edad aprendió a leer y a escribir. Perteneció a la corte de Antonio de Toledo y Salazar, marqués de Mancera y 25.º virrey novohispano. En 1667 ingresó a la vida monástica. Sus más importantes mecenas fueron los virreyes De Mancera, el arzobispo virrey Payo Enríquez de Rivera y los marqueses de la Laguna, virreyes también de la Nueva España, quienes publicaron los dos primeros tomos de sus obras en la España peninsular. Murió a causa de una epidemia el 17 de abril de 1695.
En el campo de la lírica, su trabajo se adscribe a los lineamientos del barroco español en su etapa tardía. La producción lírica de Sor Juana, que supone la mitad de su obra, es un crisol donde convergen la cultura de una Nueva España en apogeo, el culteranismo de Góngora y la obra conceptista de Quevedo y Calderón.
La obra dramática de Sor Juana va de lo religioso a lo profano. Sus obras más destacables en este género son ‘Amor es más Laberinto’, ‘Los Empeños de una Casa’ y una serie de autos sacramentales concebidos para representarse en la corte.
A principios de 1695 se desató una epidemia que causó estragos en toda la capital, pero especialmente en el Convento de San Jerónimo. Sor Juana cae enferma, pues colaboraba cuidando a las monjas enfermas. A las cuatro de la mañana del 17 de abril falleció, sus pertenencias eran una obra de 180 volúmenes de obras selectas, muebles, una imagen de la Trinidad y un Niño Dios.
Todo fue entregado a su familia, con excepción de las imágenes, que ella misma, antes de fallecer, había dejado al arzobispo. Fue enterrada el día de su muerte, con asistencia del cabildo de la catedral. El funeral fue presidido por el canónigo Francisco de Aguilar y la oración fúnebre fue realizada por Carlos de Sigüenza y Góngora.