Textos en libertad

El Nobel de la Paz por exterminar a palestinos

José Antonio Aspiros Villagómez

Para Tere, mi madre inolvidable, a un año de que nos dejó

Nos parece tan criminal lo que están haciendo los judíos con los palestinos: querer acabar con ellos, que hasta olvidamos los sentimientos de indignación provocados por las imágenes de la llamada Solución Final (Endlösung der Judenfrage) emprendida por los nazis.

Hoy, la del sionismo es una acción igualmente genocida. Otra ‘solución final’. Imagínese que Estados Unidos bombardeara a los habitantes de Tijuana para destruir los túneles por donde los narcos pasan la droga. Pues es peor lo que han hecho en estas semanas los judíos en Gaza -un minúsculo y densamente poblado territorio que cabe cuatro veces en la Ciudad de México y fue definido por Noam Chomsky como “la mayor cárcel del mundo al aire libre”- para demoler los pasadizos secretos que comunican con suelo hebreo.

Y si en la Segunda Guerra Mundial la entonces Sociedad de Naciones fracasó en su objetivo de preservar la paz en el planeta, hoy es una vergüenza que la Organización de las Naciones Unidas sólo haga declaraciones pero no actúe para contener a quienes, visto está, son intocables por los intereses políticos y financieros que representan y por su papel como gendarmes de Washington en la región, lo que les ha valido recibir nuevas remesas de municiones gringas, ya que “es vital para los intereses nacionales” estadunidenses ayudarlos.

Porque, como escribió quien fuera representante permanente de México en la ONU y presidente del Consejo de Seguridad, Porfirio Muñoz Ledo, “cuando la comunidad internacional ha querido sofocar realmente una guerra, ha recurrido a instrumentos militares muy poderosos y a sanciones capaces de disuadir a la potencia agresora en otros puntos de la Tierra” (Candelero # 178, 1ª quincena de agosto). ¿Recuerda usted las sanciones contra Sudáfrica cuando el apartheid?

Coincidimos con el político mexicano: la solución de raíz del conflicto palestino-israelí, pasa por “el empleo legal de la fuerza internacional” para imponer “el cese inmediato de las hostilidades” y lograr así “una era de paz”. Misma que no consiguieron pese a sus Premios Nobel en 1994 por los acuerdos de Oslo, Yasir Arafat, Simón Peres e Isaac Rabin, y que en todo caso hubiera merecido también el negociador Mahmud Abbas, hoy presidente de la Autoridad Nacional Palestina y sucesor de Arafat, quien murió hace diez años, al parecer envenenado.

Y ahora hay quien, en el colmo de la desvergüenza, pide el Nobel de la Paz para Israel: nada menos que su propio embajador en Estados Unidos, Ron Dermer, quien -según informó la agencia española Efe- reclamó también «la admiración de la comunidad internacional» por el “cuidado” puesto en la sangrienta incursión terrestre judía en Gaza.

Una incursión que ha costado ya unas dos mil vidas, incluidos hombres, mujeres y niños, y que se ha extendido a Cisjordania, el otro territorio palestino pero donde no gobierna el radical movimiento Hamás -en el poder en Gaza-, sino la ANP de Abbas y donde también se han producido muertes en las protestas solidarias con los habitantes de la franja.

Las treguas no han servido de mucho. El conflicto es tan complejo y ha durado tanto, que es difícil dar un panorama mayor y al minuto en este espacio. La ‘Guía del Tercer Mundo’ de 1986 indica que los problemas comenzaron hace miles de años y que el lugar, llamado entonces Canaan y luego Palestina desde la dominación romana en tiempos de Jesús, ha sufrido numerosas invasiones y los judíos no vivieron allí desde su expulsión en el año 135, sino hasta su regreso más de 18 siglos después, cuando la ONU dividió el territorio entre palestinos y sionistas, pero éstos llegaron por todo aún sobre acuerdos internacionales, y lo defienden como vemos ahora.

Y no habrá paz, ni un Estado Palestino como quisiera un mundo por ahora pasivo y expectante, mientras decisiones que atañen a la humanidad puedan ser vetadas por un puñado de poderosos en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.