Asume nuevo director de Instituto de Investigaciones Filosóficas de UNAM
TLATZALA, Gro.,3 de marzo de 2015.- Hace unos meses, teniendo de testigos los cerros Kuexomatsin y Tlakuilotsiin, a las puertas de su humilde vivienda de cemento y bejuco, Magdaleno Rubén apretó las encallecidas manos de su madre Juliana, las besó y con la mirada fija en sus ojos le prometió:
–Jefecita, yo voy a ir a la escuela y le voy a echar ganas, y me haré maestro para que a ustedes, que les gusta sembrar, les pueda dar dinero para el abono. Y en las vacaciones vamos a trabajar duro en el campo para tener maíz, harto maíz.
Magdaleno, después de que Juliana le dibujó con los dedos una imaginaria cruz en la frente y con sólo una mochila al hombro, sin volver la vista atrás después de despedirse de sus padres, cargado de ilusiones, se fue a estudiar para maestro normalista a Ayotzinapa.
Jamás regresó.
Él es uno de los 43 jóvenes normalistas que la noche del 26 de septiembre del año pasado fueron secuestrados y desparecidos.
En esta pequeña comunidad de Tlatzala, a unos 10 kilómetros del municipio de Tlapa de Comonfort, en la región de La Montaña de Guerrero, se respira miseria. Poblada por poco más de mil personas, una tercera parte de sus habitantes no está escolarizada y poco más de la mitad posee algún tipo de seguro social, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
La escuela Justo Sierra, a la cual asisten los niños del pueblo, da una pavimentada pista a la comunidad, donde los escolares, a la hora del recreo juegan al futbol al ritmo de la banda musical que ensaya en el kiosko, y cuyas tubas y trompetas resuenan en el valle.
Los caminos de terracería conforman las calles de las poco más de 300 viviendas gris cemento del pueblo, engullidas por el colorido de dalias y buganvillas, que aguantan el invierno. Su clima, caprichoso, puede dejar, por los grandes aguaceros que se sueltan sin importar fecha ni calendario, incomunicada por varios días a la comunidad ya que al inundarse sus caminos angostos y de tierra son intransitables.
Aquí, la mayoría de los habitantes son indígenas Ñuu Savi, “pueblo de la lluvia”, y casi un 77 por ciento de ellos son bilingües. De esta comunidad y de otras parecidas al perfil de Tlatzala, provienen gran parte de los 43.
Envejecida prematuramente, con canas que se delinean en la parte alta de la frente, Justina rememora, con la tristeza a cuestas:
–Era su sueño ser maestro. Y yo le dije, pues adelante mijito. Aunque sea ten 100 pesos que es lo que te puedo dar, saldremos adelante.
Así recuerdan Francisco y Juliana a su hijo Magdaleno Rubén Lauro Villegas, quien a los 19 años desapareció la noche del 26 de septiembre de 2014 en Iguala, cuna de la bandera de México.
Los padres de Magdaleno son reacios a recibir a periodistas. Resentimiento de ello, es que no quieren que reporteros accedan a su casa, a su intimidad; que los registren y “luego mientan”.
La única intervención pública de la pareja fue en el Instituto Tecnológico Superior de La Montaña (ITSM) el pasado 22 de octubre, donde pidieron a los estudiantes que se cuidaran.
Lo poco que se puede observar del hogar de los Lauro Villegas con la puerta principal entreabierta, es un altar de fotos de Magdaleno con la Virgen de Guadalupe y un corazón de plástico rojo con una luz que parpadea, en la pared de la única habitación de la casa. En el centro del sagrario, la pancarta blanca que les ha acompañado en todas sus marchas: una foto de su hijo con la leyenda “Vivo se lo llevaron, con vida lo queremos”.
“Aquí nacimos y aquí vivimos”, dice Juliana, quien explica que han construido la casa poco a poco con su trabajo en la milpa, donde siembra maíz, frijol y calabazas. Francisco, campesino también, distribuye además el agua potable a los demás hogares en Tlatzala.
Como en el seno de otras familias de normalistas desparecidos, dejar el hogar para sumarse a las marchas o a las giras de denuncia e información por los estados de la República como medida de presión al gobierno, ha sido un severo golpe a la economía doméstica de estas humildes familias.
Juliana, aparte de cuidar a sus otros dos hijos, también lo hace de su padre y de las pocas bestias que albergan en su terruño. “Mis hijos me decían que no me fuera, que parece que todo está muerto. Si nos vamos, ¿quién le dará de comer a los animales? Es nuestra única manutención”.
Ahora, es Francisco quien anda “peleando”, como él dice, por su hijo desaparecido, mientras intenta estar con su esposa para apoyarla en la casa.
A pesar de las inclemencias, emocionales y materiales, que afronta esta familia en una de las zonas más marginadas de México, el presentimiento de que Magdaleno está vivo, les da el coraje y la esperanza para levantarse cada mañana.
“Cuando como, pienso, ¿habrá comido él? Cuando bebo, pienso, ¿tendrá sed?”. A Francisco, hombre fornido, serio, esas preguntas le rondan en la cabeza cada vez que se para frente a la mesa con su familia a cenar. La psicóloga que atiende a algunos familiares de los estudiantes de Ayotzinapa, les recomendó que si tenían que desahogarse, primero llorarán pero después comieran. Con gorra y barbilampiño, el padre de Magdaleno sabe que si se dejan llevar por el llanto, recaerán y enfermarán.
La Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV), anunció a principios de enero, que los padres de los normalistas rehusaron su ayuda y que decidieron no inscribirse en el acervo de víctimas. El comisionado Julio Hernández Barros, expresó que “ellos resolverán el caso por sus propios medios”.
Para los padres del joven mixteco de 19 años, “no queremos que nos den dinero. Queremos a nuestro hijo”.
La desconfianza de los padres de los jóvenes a las autoridades es descomunal. Los vaivenes informativos de la PGR al principio de las desapariciones y los desacuerdos entre los peritos y especialistas de esa institución en cuanto a los hallazgos de los restos, no son pruebas suficientes que les persuada que sus hijos estén muertos.
“No quieren que creamos a los argentinos”, refiere Francisco sobre el mensaje que les dio el gobierno mexicano a las dudas que presentó el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), sobre la muestra que se encontró en el basurero de Cocula, la cual la PGR informó que correspondía al normalista Alexander Venancio.
Sobre esta evidencia genética y las confesiones de cuatro sicarios, se sustentó la “verdad histórica” del ex procurador Jesús Murillo Karam, sobre lo que pasó exactamente la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre.
Sin embargo, en Tlatzala, los vecinos y familiares siguen recordando a Magdaleno, no en pretérito imperfecto sino en presente indicativo. Tranquilo, no grosero, ‘chambeador’ y quien suplicó un buen día a Juliana: “Mamá, déjeme estudiar. No le voy a fallar”.
Esta es la forma en que conjugan los habitantes de La Montaña de Guerrero, quienes después de 5 meses, no olvidan.