Contexto
Como preámbulo, me gustaría agradecer profundamente a Francisco Davish, por darme la oportunidad de publicar en Quadratín. Una invaluable oportunidad.
Dejemos de llamarnos democracia, propongo. En una democracia no hay desapariciones forzadas de estudiantes, ejecuciones extrajudiciales, tortura y un sinfín de violaciones graves a los derechos humanos. Dejemos de decir que vivimos en una democracia incipiente, en crecimiento y en fortalecimiento. Más que una aspiración parece una letanía que no tiene sentido.
Y no, no es el vaso medio vacío al ver la realidad, es más bien el arte de vivir en un país con problemas tan profundos y evidentes que está sostenido por un hábil sistema político que saca a cuenta gotas la dosis de bienestar social. Hemos rebajamos la democracia a gastar millones de pesos en partidos políticos y en sufragios, pero eso no es democracia.
La desigualdad social es evidente, la corrupción parte de nuestra vida institucional (y de nuestra cultura, según Peña Nieto), la impunidad el sostén de nuestro sistema de justicia, las violaciones graves a derechos humanos por parte del Estado son sistemáticas. Éstos son solamente algunos elementos que tiran por la borda la visión positiva de que estamos construyendo un país democrático.
No es cierto.
Estamos manteniendo vivo un sistema que sobrevivió al régimen soviético o a cualquier otro sistema político de cualquier país. Un sistema económico que vive del dinero del narco y uno político que deja que gobierne el crimen mientras los políticos medran. Es un sistema hecho para las élites y que avienta pequeños bocados (solo los necesarios) para sostener un desencanto social, pero nada más. Es una receta nacional de apariencia, simulación, mentira con un dejo de optimismo. Tenemos un sistema que encubre los problemas para preocuparse más por la apariencia. Eso, somos un país de cosméticos que todo compone con el arte de la ilusión.
Han pasado 26 días y no hay información precisa y clara sobre el paradero de los 43 normalistas de Ayotzinapa. El sistema político se mantiene intacto, más allá de declaraciones vacías entre partidos políticos, su juego es la política y no es encontrar a los normalistas y mucho menos castigar a los responsables y reparar integralmente el daño. Es inverosímil pero ¡todo sigue igual!
El acuerdo partidista es de impunidad. Hoy le perdonamos al PRD, porque ayer le perdonamos al PRI y mañana dejaremos pasar lo del PAN. Es evidente que más allá del auto asombro de hasta dónde han llegado, a los partidos políticos no les interesa resolver lo de Ayotzinapa.
Por eso sigue en funciones un gobernador que mantiene al estado de Guerrero en una absoluta ingobernabilidad. La poca cara que le queda al PRD se está perdiendo con cada hora que su politburó sostiene a Aguirre como gobernador. Sin legitimidad ni ética de la función pública, el gobernador todavía busca aparentar que está en control de su estado y el PRD se preocupa porque ve cada vez más cerca que perderá el estado en las próximas elecciones.
Como bien decía León Krauze, “aquí en México nadie renuncia”, no importa el desastre que haya hecho, la renuncia pública parece estar fuera del catálogo de nuestra clase política. Y es obvio, no tiene vergüenza.
Cada día que pasa sin resultados, sin información veraz y oportuna por parte de la PGR, me inclino a pensar que estamos frente a otra gran puesta en escena. Si el Estado mexicano es incapaz de encontrar a 43 estudiantes secuestrados por la policía municipal y entregados al crimen organizado, entonces el Estado como está debe de cambiar.
Es decir, nuestro Estado no sirve. No es una falla, es una incapacidad estructural inaceptable por la cual el Estado debe de transformarse profundamente. De no ser así, ayer fueron las fosas de 72 migrantes en Tamaulipas y la negligencia en Sonora del caso ABC, hoy es Ayotzinapa… ¿mañana qué será? Porque créanme, habrá un mañana muy cercano si seguimos así. Mientras escribía estas líneas Jesús Murillo Karam daba conferencia de prensa. Su gran aportación fue: “había una clara conexión entre las autoridades de Iguala y el grupo delincuencial”.
El Procurador no describía Iguala, sino el sistema político mexicano. En vez de decir lo obvio, la información que precisa la sociedad durante esta profunda crisis es aquella que dé certeza que no estamos a la deriva.
Por ejemplo, conocer por parte de la PGR que ya se sabe la identidad de aquellos restos humanos que se encontraron en las fosas de Iguala (que según afirmaron no eran los normalistas) y que forman parte de los más de 25 mil personas desaparecidas. En otras palabras, sí importa de quién son esos restos, aunque las autoridades nos han intentado convencer de lo contrario. O también, qué se ha sacado de la detención de los 22 policías municipales que secuestraron a los estudiantes.
El poder político estoy seguro optará por el olvido de la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Estoy seguro que, como en otros casos, buscarán que los medios de comunicación den vuelta a la página y el alud informativo de la nueva desgracia haga que la sociedad ceje de buscar justicia. Al parecer, lo que no previeron fue con la respuesta social que lejos de desvanecerse rápido va tomando fuerza.
Ante lo único que tiembla el sistema cosmético en el que vivimos, es a la ira social, al reclamo, a la exigencia, es a ese momento en el que la sociedad dice basta. Sírvase Ayotzinapa para quitarle el maquillaje a la realidad que vivimos y buscar un nuevo camino como nación. De no ser así, seguiremos de crisis en crisis pensando que construimos un mejor futuro. El avasallamiento de casos de violaciones graves es claro, mientras no salimos de Tlatlaya ya estamos en Ayotzinapa. Surgen casos por doquier de manera sistemática y todos quedan impunes. Apuestan a que nunca habrá un cambio de sistema, por eso a todos nos incumbe que no llegue el día 27 sin que los normalistas sean entregados a sus familiares.