Lilia E. Cárdenas Treviño, líder social y promotora cultural
MÉXICO, DF, 26 de abril de 2015.- Jorge Luis Borges, uno de los grandes lectores de todos los tiempos, fue sin saberlo el maestro de Alberto Manguel, por allá en la década de 1960, cuando el autor de La Ciudad de las palabras era un adolecente arrogante y prepotente, como él mismo lo reconoció, informa la agencia de noticias del Estado mexicano, Notimex.
Manguel, el escritor argentino, a quien la crítica literaria lo cataloga como “los ojos de Borges”, es uno de los invitados de honor del Fondo de Cultura Económica (FCE), filial Colombia, a la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo).
En un agradable conversatorio sobre Lectores y lecturas, las anécdotas de Manguel con Borges hicieron parte del conversatorio que sostuvo el autor de Curiosidad. Una historia natural (2015), con el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez.
Lectores y lecturas fue el tema del conversatorio ante un auditorio que estaba completamente lleno de jóvenes y adultos que querían escuchar al reconocido escritor argentino, uno de los expertos en temas de lectura.
Manguel es conocido mundialmente por sus libros sobre historia de la lectura, las bibliotecas y los grandes lectores del siglo, y fue en este contexto en donde aparece Borges en la vida del invitado del FCE- filial Colombia.
Con una voz pausada y con una tupida barba blanca, Manguel contó que la historia sobre su relación con Borges, cuando el sólo tenía 16 años de edad, fue idea de un editor francés, a quien le pareció interesante conocer el encuentro de un adolescente lector con “ un viejo gran lector”, como lo era Jorge Francisco Isidoro Luis Borges (1899-1986).
“Yo tuve la fortuna de estar trabajando en la Librería Pygmalión, en Buenos Aires, y ahí llegaba Borges a comprar sus libros. Siempre estaba acompañado de su madre desde que él quedó ciego en 1955”, recordó.
Manguel, quien enfatiza sus palabras con el movimiento de sus manos, recordó que aquel poeta ciego, autor de ontologías fantásticas, genealogías sincrónicas y gramáticas utópicas, tenía magia en sus dedos para reconocer los autores de los libros cuando los tocaba en los estantes de la librería.
“No creo en la magia, pero Borges llegaba a la librería y recorría los estantes con la mano y se detenía en ciertos libros, los sacaba y decía el nombre exacto de los autores. Yo no sé cómo explicarlo. Quizá hay gente que tienen dedos que pueden ver”, relató.
Ese primer contacto de Manguel con Borges lo convirtió más tarde en uno de sus ojos, en una de sus voces, que le leyó horas y horas cuando la tarde caía y la noche llegaba en Buenos Aires.
Manguel estuvo tres años continuos atravesando la Calle Maipú de Buenos Aires, en donde quedaba el edificio de fachada rojo, donde vivía el poeta y ensayista argentino, uno de los grandes narradores del siglo XX.
La poesía a Borges –anotó–“ le venía como una suerte de música a la cual le agregaba palabras para poder componerlas en su cabeza y luego dictaba el poema”.
Después de varios años de estar alejado de la prosa, Borges, a través de los ojos y la voz de Manguel, regreso a los clásicos del cuento para analizar de nuevo sus estructuras, y en ese proceso de re–lectura encontró otros argumentos para nuevos cuentos.
Cuando Manguel se convierte en los ojos de Borges, tenía 16 años, y “con la arrogancia de la juventud, me decía a mí mismo: Que bueno que estoy ayudando a este viejito ciego. Uno a esa edad no sabe los regalos que nos da el destino. Yo me encontré con uno de los grandes lectores de todos los tiempos”.
“Borges hacia los comentarios para él. Por qué un dato pesa más que otro en un texto, porque una palabra repetida adquiere un contexto. Yo fui testigo porque él lo decía en voz alta. Yo no supe que estaba aprendiendo a leer en aquel momento, pero lo sé ahora”, concluyó Manguel, quien tiene el título de Oficial de la Orden de las Artes y las Letras de Francia.