Libros de ayer y hoy
Los rumores filtrados desde las altas esferas se hicieron realidad: el Presidente electo envió ya iniciativas de ley a los grupos parlamentarios del PRI en el Congreso de la Unión con sus propuestas de cambios en el entramado institucional del Poder Ejecutivo, entre los cuales se cuenta la transformación —que algunos anunciamos y analizamos antes de que fuera oficial— en la estructura de los aparatos de seguridad pública.
En este campo, uno de los hechos más trascendentales es la desaparición de la Secretaría de Seguridad Pública Federal, lo que conlleva mucho más que un reacomodo burocrático: se trata de la desaparición de un proyecto transexenal tejido por Genaro García Luna. Implica, también, el duro señalamiento de que la estrategia guerrera del calderonato debe ser descartada.
Asimismo, habrá de desaparecer una de las instituciones de paso tan lamentable por el Estado mexicano: la Policía Federal Preventiva. Ya no más balaceras en aeropuertos, emboscadas a camionetas con diplomáticos extranjeros o extorsiones a ciudadanos, de las cuales recibí innumerables testimonios en la comunidad en la que resido, Ciudad Juárez.
Ahora la balanza del poder se inclina hacia la Secretaría de Gobernación. La SEGOB parece regresar a sus tiempos de gloria, en los que desde los despachos de Bucareli salían los hilos del gran titiritero hasta los más alejados rincones de la república, así como los mensajes que —por duros— no podía emitir personalmente el presidente.
Esa contundencia política estaba profundamente enraizada en el uso de los aparatos de seguridad desde la SEGOB. No por nada Fouché luchó por mantenerse como ministro de policía de Napoleón. Recordemos también que uno de los secretarios de gobernación más temidos de nuestra historia, Fernando Gutiérrez Barrios, tenía una personalidad en la que se confundían el gendarme y el político. En las labores policiales existe la posibilidad oscura de inmiscuirse en la política, recabando información vital, esparciendo rumores, vigilando supuestos o reales enemigos del Estado o intimidando a poderes rivales del gubernamental.
Propuesta: ciudadanizar la lucha por la paz
Seguramente por estos antecedentes históricos hay quien señala que conjuntar en una sola institución la conducción política y las labores policiacas va a contracorriente de la evolución democrática del Estado.
Dicho argumento, aunque discutible en teoría, es desmentido por la realidad: durante el calderonato, las labores de conducción política y policial también fueron asumidas por una misma persona, Felipe Calderón, quien borró toda frontera institucional y tomó decisiones en materia de seguridad con criterios no solo políticos, sino hasta electoreros.
Su búsqueda de legitimidad fue pagada con sangre de nuestros amigos y nuestras familias. Su hambre de votos, con encarcelamientos injustificados. Por ello, claro está que un organigrama “moderno” nada garantiza si en la silla del águila se sienta un autoritario.
Vemos ahora todo lo contrario: el Presidente electo está ratificando su ofrecimiento de ciudadanizar el quehacer público. Recordemos que como candidato Nieto asumió compromisos, e incluso los signó, en el sentido de desterrar las visiones autoritarias en la lucha por la paz.
Hay que darle un voto de confianza y leer positivamente esta acción, en la cual convendrá profundizar involucrando al ciudadano y a fuerzas políticas diversas en la elaboración y evaluación permanente de la estrategia del combate al crimen. Esperemos que a este “adiós Genaro” le sigan también los adioses a la cerrazón, al sectarismo, a las torres de marfil en las que jamás se escuchaba la voz plural de la sociedad.
Porque es ahí donde está la clave: en regresar poder de decisión al ciudadano, quien construirá con su participación la paz por la que México clama.
QMX/me