Libros de ayer y hoy
Los conflictos al interior del IFAI —que tuvieron su culmen en el enfrentamiento entre los comisionados durante la elección de Gerardo Laveaga como su nuevo presidente— han sacudido no solo la credibilidad de este órgano, sino también uno de los conceptos clave de la transición a la democracia: las instituciones autónomas del Estado.
Durante décadas de un poder vertical, piramidal, marcado por una concepción autoritaria del presidencialismo, entre los demócratas mexicanos se fue consolidando como una alternativa la construcción de instituciones autónomas, dotadas de recursos económicos, jurídicos y políticos que aseguraran su independencia.
Lo mismo cabe decir del concepto del equilibrio de poderes: muchos mexicanos vimos la posibilidad de tener una democracia genuina en el solo hecho de que los tres Poderes de la Unión se relacionaran de manera libre, legal y carente de subordinaciones, siendo en la práctica lo que ya se marca en la teoría: soberanías, espacios de poder regidos por hombres y mujeres libres.
A dos sexenios de la alternancia en el poder, ahora podemos ver que apostar tanto al equilibrio de poderes y a la autonomía era una simplificación excesiva.
El tema de la transparencia es paradigmático. Está claro que los ciudadanos tenemos derecho a la verdad y las instituciones a transparentarla. Por ejemplo, ahorita tendríamos que saber el destino del dinero destinado a campañas (como a los 150 millones de pesos que el PAN no ha justificado en qué gastó), así como a conocer el origen y destino de los permisos a casinos emitidos en los últimos momentos del calderonato.
Sin embargo, las diversas instituciones que tendrían que hacer pública esa información han fallado rotundamente. El caso más evidente es el del ya mencionado IFAI: siendo uno de los más logrados frutos del primer gobierno después de la alternancia, a este organismo autónomo se le brindaron todo tipo de apoyos para cumplir su misión y, sin embargo, hoy todos, todos sus consejeros se encuentran cuestionados y en riesgo de ser destituidos.
Igualmente malas son las cuentas que rinde el Congreso de la Unión, que aunque cuenta con algunos legisladores patriotas y demócratas, en general está sumido en una dinámica de baja productividad y excesivo partidarismo.
Es claro, pues, que nuestras instituciones le salen debiendo a la democracia, por lo que ahora queda claro que no es solo en el Estado, sino en nuestra misma cultura política, donde es indispensable comenzar a trabajar.
Ya se probó que mientras sigamos teniendo tan bajo nivel de civismo marcada por el autoritarismo poco servirá que las instituciones cuenten con herramientas democráticas, como lo es la autonomía. Es en las prácticas cotidianas no solo de los gobernantes, sino también en la participación de los gobernados, donde está la clave para cambiar esta lamentable situación.
Vamos, pues, no solo por aumentar el nivel de independencia de las instituciones, sino sobre todo por profundizar en valores cívicos, en enriquecer nuestra capacidad de concertar, dialogar y vivir la pluralidad, pues solo de una cultura política democrática saldrán las instituciones que México necesita y merece.
QMX/me