Abanico
Los casi mil asesinatos perpetrados en nuestra república durante el primer mes del sexenio han generado un falso debate, así como críticas ilusas o francamente malintencionadas a autoridades que recién han ocupado sus cargos.
Ciertamente, los mexicanos padecimos un mes de extrema crudeza. Según el conteo de un diario de circulación nacional, “se registraron 982 ejecuciones. El promedio diario (32) fue superior al del sexenio (27). En 19 entidades hubo al menos 25 ejecuciones”.
Al margen de los intentos por mantener politizado el tema de la seguridad pública, la realidad es que los niveles de violencia tardarán meses o quizá años en volver a los niveles previos al 2006: el primer mes del anterior sexenio comenzó con “92 ejecutados, cifra que fue escalando hasta mantenerse en alrededor de 800 ejecutados en promedio en 2012”. Con esas cifras, queda claro que estamos lejos, muy lejos, de recomponer el panorama de la seguridad pública.
Los mexicanos estamos inmersos en un fenómeno heredado que ha echado hondas raíces en amplios sectores de nuestra nación, que ha trastocado la dinámica social, económica y hasta cultural de extensas regiones del país.
Es decir, pueblos y ciudades han cambiado sus formas de convivencia entre vecinos, sus hábitos sociales, sus maneras de trabajar (en muchos casos a la sombra de la extorsión) y hasta su visión del mundo, con la contracultura del crimen reflejándose en la música, el entretenimiento, las obras de arte y hasta algunos cultos “religiosos”.
Además, ni siquiera estamos ante una situación geográficamente limitada. Norte, centro y sur del país están igualmente amenazados. Ciudades que tradicionalmente siempre tuvieron índices de criminalidad muy inferiores a la media nacional (como Monterrey, Guadalajara o Acapulco) fueron convertidas en campos de batalla durante estos años.
Por todo ello, es lamentable leer encabezados periodísticos como “EPN fallido: 755 ejecutados en su primer mes”. Esa carroñería política es lo último que nos conviene como sociedad. Ante este desafío más que ante cualquier otro necesitamos unidad y una visión capaz de trascender líneas partidistas e ideologías. Demandamos, en suma, concertación.
En el fondo, no hay un mexicano de bien que no esté de acuerdo en que es indispensable que la reorientación de la estrategia que está en proceso deberá contribuir a que el problema de la violencia comience a declinar su intensidad. Actuemos, pues con sensatez y generosidad política, avanzando juntos hacia el México de paz que todos, todos anhelamos.
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QMX/me