Teléfono rojo
Los grandes lastres durante toda la existencia de México como nación independiente han sido la intolerancia, la ausencia de diálogo, la descalificación del diferente y del que tiene una creencia política, una visión o una fe diversa.
Esa tara ha estado presente en todos nuestros sistemas políticos, por lo que los mexicanos somos expertos en desconfiar y en construir murallas de prejuicios, mismas que han justificado desde fraudes patrióticos hasta asesinatos y guerras civiles.
En esta historia de desencuentros hace un radical contraste la figura universal de Benito Juárez, el gran unionista que convirtió su idea esencial algo mucho más que una hermosa frase: “El respeto al derecho ajeno es la paz” no es solo una cita acertada, es el principio rector de su biografía, pues la proyectó en acciones de Estado de alta significación política e histórica.
Es por defender el derecho del mexicano ante las intromisiones extranjeras que el Benemérito de las Américas logró forjar un hito en la historia: antes de Juárez existió una idea de México, después de Juárez existió una realidad, un Estado, un país con instituciones que —aunque incipientes— constituyen el suelo fértil sobre el cual se desarrolló nuestra república como país independiente.
Otro factor que contribuyó a hacer de Juárez el gran factor de unidad en los mexicanos fue su itinerancia cívica durante la Intervención Francesa.
Más que de un gobierno nómada, se trató de un peregrinaje patriótico que fue uniendo las diversas regiones —muchas de las cuales entonces estaban dispersas socialmente; éstas fueron consolidadas, con la fuerza de su ejemplo, alrededor de una noción de la república que aún hoy mantenemos. Juárez, en circunstancias por demás adversas, logró forjar el andamiaje del Estado laico en nuestro país.
En este sentido, podrá haber héroes patrios identificados con regiones específicas del país, pero un mexicano del norte, del centro o del sur se siente idénticamente orgulloso al escuchar el nombre de Benito Juárez. Por algo se le considera un prohombre universal, no solo mexicano.
Aunque no podemos ignorar que como cualquier ser humano tuvo algunas debilidades en el ejercicio del poder, lo cierto es que no se trata de aspectos esenciales de su biografía. Pesa, y mucho más, la herencia que legó a la patria.
Esa herencia es la luminosa idea de que un país tan vasto y con tan diversas formas de pensar como el nuestro solo puede mantenerse unido con el cimiento y el cemento del respeto al derecho ajeno.
A través de los siglos el mensaje juarista sigue haciendo eco en las escuelas y en las familias mexicanas. Ojalá también lo haga, cada vez con mayor fuerza, en los edificios públicos, en los palacios de gobierno y en los recintos legislativos. Pues ese respeto esencial es lo único que hace posible la convivencia entre diferentes, el intercambio de ideas, la concertación y el diálogo; ahí subyace, en ese sencillo y poderoso precepto acuñado por Juárez, la posibilidad de la armonía y la unidad de México entero.
QMX/me