La nueva propaganda es tan vieja como siempre/Felipe de J. Monroy
Pocos grupos de la diversa nación mexicana enfrentan un panorama tan adverso como los jóvenes. Para sus breves vidas, la experiencia política más importante se ha dado en un sexenio marcado de principio a fin por la confrontación, la intolerancia a las ideas ajenas, las pugnas entre partidos y el uso de la violencia como herramienta de legitimación en el ejercicio del poder.
Muchos de los nuevos ciudadanos que votarán por primera vez en esta elección presidencial solo conciben la política como una permanente disputa del poder por el poder, en la que se tiene una concepción bélica de la vida pública y hay una predisposición a crear facciones antagónicas, a descalificar, a cerrarse a las propuestas del otro y a creer que solo quienes comparten el proyecto propio son honestos e inteligentes. Liberales contra conservadores, partidos contra partidos, han hecho de la historia de nuestra patria una eterna sucesión de encontronazos.
Pongámonos en zapatos de los jóvenes: si la política es para ellos lo que han visto y padecido durante el calderonato, ¿qué motivación pueden tener para participar en la vida pública? Prácticamente ninguna y, aun así, en las últimas semanas nos han dado una lección de civismo y de fe en México, introduciendo energía y pasión a las campañas electorales.
Contra todo pronóstico, hemos visto al futuro de la patria en las calles, en los comités de campaña, en los medios, con megáfonos y pancartas en las manos.
No solo desde el movimiento como el #YoSoy132, sino desde universidades no agrupadas, desde los sectores juveniles de los partidos y hasta en lo individual, el amplio abanico de formas de pensar del joven mexicano ha demostrado que su diversidad es tan amplia que ningún líder o conglomerado puede abarcarlo en su totalidad.
Las muestras de inconformidad que este vital sector de nuestra sociedad ha dado en las últimas semanas resultaron plenamente previsibles para quienes hemos estado dialogando directamente en universidades durante los últimos años. Quienes solo se acercan a los jóvenes en vísperas de una elección, ciertamente se encuentran ante una sorpresa, pero en lo personal he visitado 80 espacios académicos en 24 meses, lo cual me permite ver que hace falta una nueva forma de relacionarse políticamente con la juventud.
Si ante un mensaje se muestran receptivos los jóvenes es cuando se les invita a platicar, formar consensos y buscar coincidencias. A diferencia de los viejos políticos, en ellos existe la posibilidad de hacer a un lado las diferencias y coincidir por aquello que todos compartimos y que todos queremos ver mejor: México.Hace falta aprender a politizar sin partidizar a los jóvenes, formándolos en el civismo y la tolerancia más que en las teorías. Es imperativo, pues, consolidar lo que en VAE llamamos la “generación del diálogo”.
Muy mal haremos quienes ya tenemos experiencia en las lides políticas si buscamos capitalizar los diversos movimientos juveniles que actualmente se encuentran en plena ebullición. Lo más que debemos hacer es respetarlos y dialogar de igual a igual con ellos.
Si, por el contrario, hacemos de estos esfuerzos espontáneos satélites de los partidos, los convertimos en fábricas de votos o los abrumamos con ideologías, le haremos un grave daño a la patria, pues alimentaremos el círculo vicioso de la confrontación y la falta de diálogo en la vida nacional.