Abanico
Un viejo chiste afirma que los mexicanos y los brasileños tienen algo en común… que los dos hablan bien de Brasil.
Cada tanto alguien viaja a Sudamérica y regresa con la noción de que México debe hacer un esfuerzo para acercarse a los países del bloque del sur, en especial Brasil, porque puede bloquear a México en su relación con Latinoamérica.
Habitualmente el aviso es que México debe concertar con Brasil para evitar suspicacias de una nación que está claramente en ascenso.
El punto es importante, porque a diferencia de los brasileños los mexicanos solemos hablar de nacionalismo pero lo demostramos mediante denuestos contra todo lo que ocurre en el país y miradas de encantada envidia hacia lo que sucede en otros países en contraste con lo que pasa en México.
Y muy en especial si se trata de países europeos o, en este caso, una gran nación latinoamericana.
Pero también hay que decir que mucho de eso es en reflejo por un tema que irrita a muchos, especialmente entre las élites intelectuales y la izquierda, y que debe ser considerado a fondo por los políticos: la enorme y creciente interrelación con los Estados Unidos.
Pero la verdad es que no hay razón para hacerlo. Brasil no necesita que México esté cerca de Estados Unidos para sentir suspicacia: la siente simplemente porque México es otro país grande y a querer o no es su competidor en América Latina y porque algunos países de la región, que sienten desconfianza de las intenciones brasileñas, pueden ver y han visto a México como un contrapeso político.
La diplomacia mexicana y la diplomacia brasileña han estado empeñadas en una medición de fuerza con la otra desde hace medio siglo y si los brasileños parecen haber ganado terreno -y México perdido- es en buena arte porque afortunadamente los brasileños y la región en general entraron en un definido período democrático y México dejó de ser la única alternativa políticamente abierta. Además, ciertamente, de una política exterior definida y financiada.
Pero que países como Chile, Colombia y Perú busquen cercanía con México no es gratuito ni fruto solo de la relación con Estados Unidos. A diferencia de Brasil, México no es un país de “destino manifiesto” y si en cambio un país que puede mediar entre dos bloques, si llegara a eso: la nación de destino manifiesto que aún es la potencia dominante y el país con destino manifiesto que justificablemente busca ocupar un lugar entre las naciones hegemónicas y está en proceso de crear y consolidar su propia área de influencia.
Lo que no va a cambiar es la situación de México. Después de todo, por economía y sociedad es norteamericano, pero latinoamericano por simpatía y cultura.
¿Que México debe dar más atención a América Latina y en especial a la situación económica, social y política de los países centroamericanos y del Caribe? Sí, de forma absoluta, total, y lo mas fuerte y desinteresadamente posible. Los intereses económicos, de seguridad nacional, de simpatía y de solidaridad así lo demandan.
¿Que esa ayuda pueda convertir a México en un actor regional mas importante de lo que es? Sí. Pero sobre todo, nuestros vecinos inmediatos lo agradecerán, mas aún si se les ofrecen tratos comerciales justos y apoyo incondicional a su desarrollo, con respeto absoluto a sus deseos y su independencia.
Brasil, por cierto, no pide permiso para desarrollar su política y sus intereses en lo que sería la “esfera de influencia” mexicana, o sea Centroamérica y el Caribe. Y tiene razón.
Vale la pena hablar bien de Brasil. Al margen de que sea un país competidor es una nación querida en México con justa razón. Pero ¿pedirle permiso para desarrollar política propia e intereses propios? ¡Por favor…!
QMX/jcf