
Abanico
En algún momento relativamente próximo se espera que el presidente Enrique Peña Nieto viaje a la República Popular China, para subrayar relaciones y entrar en contacto con un país que en los últimos 25 años se convirtió no sólo en la fábrica del mundo sino el banquero del mundo.
De hecho, dicen algunos, apoyada en reservas internacionales que superan los tres millones de millones de dólares, China dispone de tantos recursos de financiamiento como pudieran tener el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo.
En ese marco, no visitar China o no buscar mejores relaciones con China parecería absurdo. Pero la verdad es que los últimos años al menos, el gobierno mexicano pareció más antagónico que no respecto a China.
Cierto, en más de un sentido China se convirtió en el principal competidor -y ganador, si vale la expresión- de México por inversiones y maquiladoras. Su despegue económico se hizo en base a copiar productos y abaratar la mano de obra, pero en el espacio de una generación logró pasar a una etapa de mayor desarrollo y sí, en el camino usó proteccionismo y más de una práctica desleal, aunque también le colgaron pecados que no son ni eran suyos.
Pero eso no parece suficiente, por lo menos es lo que cuentan algunos especialistas, para lo que varios de ellos califican como “la inmovilidad” en que el gobierno mexicano mantuvo la relación cuando no se anotaba literalmente en cuanta queja comercial había contra China.
Los chinos son muy sensibles a la economía pero más sensibles a lo político, y los mensajes políticos emanados de México fueron con frecuencia negativos.
En ese sentido el que México no tenga más alternativa que participar en las negociaciones de la Alianza TransPacífica (TPP) -un acuerdo comercial de la cuenca del Pacífico- junto a sus dos principales socios comerciales -Estados Unidos y Canadá- no resta la impresión de que ese presunto acuerdo -tal vez el mas importante de libre comercio en la primera mitad del siglo 21- sea visto como una alianza para marcar un límite o presionar a China.
Sería correcto pensar que China puede vivir sin México y México sin China. El intercambio entre los dos países es relativamente pequeño (unos 28 mil millones de dólares) y con un severo déficit mexicano -unos 21 mil millones-, pero ese no es el punto.
No es que la relación con China vaya a ser una tabla de salvación para México respecto de su dependencia de los Estados Unidos. Hoy algunos quieren ver en China lo que hace 20 años deseaban ver en la Unión Europea y hace 30 en Japón. Pero en ambos casos, los pasos dados fueron más simbólicos que reales: hace 30 años el comercio exterior mexicano era de unos 35 mil millones de dólares anuales y el 80 por ciento era con Estados Unidos; en 2012 el comercio internacional de México fue de algo más que 500 mil millones de dólares y el 80 pc fue con Estados Unidos.
En ese sentido la relación con China, al menos en términos simbólicos, es de enorme importancia. Nuestra realidad geopolítica nos impone ciertas condiciones y eso da mayor urgencia a la buena relación con otros factores de poder mundial.
QMX/jcf