Cierra la chimenea a los ladrones
Algunas cosas, y algunas expectativas, nunca pasan realmente de moda…
El 20 de octubre de 1974 un titular de “The Washington Post” afirmaba que México “nadaba” en “un mar de petróleo” y con ese simple señalamiento trasformó la que hasta ese momento era una reunión fronteriza sin mayor importancia, entre los entonces presidentes Luis Echeverría y Gerald Ford, en un acontecimiento mayor.
El encuentro se desarrolló el 21 de octubre en los poblados fronterizos de Magdalena de Kino, Sonora, y Tubac, Arizona, y súbitamente ameritó la presencia de la primera superestrella de la política-celebridad de la época, el Secretario de Estado Henry Kissinger, un practicante de la “realpolitik”.
Después de todo, que en tiempos de embargos petroleros árabes y sustos internacionales el vecino de los Estados Unidos fuera rico en hidrocarburos no era algo banal y revaloraría la política exterior estadounidense.
La alharaca que rodeó la visita que el presidente Barack Obama hizo a México el jueves de esta semana, en torno a los mas o menos reales y mas o menos triviales desacuerdos sobre detalles de la cooperación de seguridad, hace recordar la atención que despertó aquel titular sobre la riqueza petrolera mexicana.
Los reportes sobre las quejas de las agencias policiales estadounidenses que filtradas a los medios parecieron una montaña quedaron al final en granos de arena. La realidad es que el cambio mayor en la colaboración es de forma -si bien es un cambio importante-, no de fondo.
El punto es que el gobierno mexicano ya no quería dar a los estadounidenses acceso directo a todas sus propias agencias policiales, sino canalizarlas a través de una dependencia que el régimen del presidente Enrique Peña Nieto trata de revalorizar, resucitar, y fortalecer: la Secretaría de Gobernación.
Quizá tenían razón en molestarse por haber sido tan poco ceremoniosamente expulsados de la cocina, pero se olvidaron que de la misma forma en que la puerta abierta fue una decisión política, la de sacarlos de ahí para llevarlos otra vez a la sala es también una decisión política.
Y que la decisión de colaborar con las agencias mexicanas es, a final de cuentas, una decisión política de su propio gobierno.
Cierto: cada una de esas organizaciones policiales estadounidenses puede, si quiere y a pesar de instrucciones de su su gobierno, regular la cantidad y la frecuencia de la información que proporcione a sus contrapartes mexicanas. No sería necesariamente una política oficial pero la burocracia tiene mil formas de jugar sucio.
Pero el hecho es que limitar esa ayuda, de un lado, y escatimar la cooperación, del otro, funciona en contra de los intereses de los dos países.
El juego, y el escándalo, fue en torno a lo que fue una premisa gatorpardiana: cambiar para que todo siga igual. ¿El resto? Como en 1974… mucho ruido y pocas nueces.
QMX/jcf