Juego de ojos
El presidente Enrique Peña Nieto realizó una visita a China que bien podría ser considerada como parte de un ritual periódico, cuando surgen potencias que se cree podrían actuar como contrapeso a los Estados Unidos.
Esta vez es la República Popular China, una nación que en un tiempo relativamente corto, menos de tres décadas, pasó de ser un país del tercer mundo a la segunda potencia económica mundial; una nación que tiene reservas superiores a los 700 mil millones de dólares y es la principal acreedora de su principal cliente, los Estados Unidos.
China, literalmente banquera ahora de parte del mundo gracias a una economía que se beneficia del libre mercado y el autoritarismo político, pasa a ser ahora el objeto de las esperanzas de sectores mexicanos que quieren ver en ella la tabla de salvación respecto a la dependencia de los Estados Unidos.
Y está bien. Lo malo es que a través de la historia moderna, esas esperanzas han sido frustradas una y otra vez.
Hace 30 años era Japón, el país que compraba lo mismo centros comerciales que casas de moda o fabricantes de artículos de lujo; luego fue Europa, la comunidad que se afirmaba sería no solo competidor sino superior de los Estados Unidos gracias a su sistema ilustrado.
Pero ni Japón ni Europa tuvieron suficiente interés en México como para convertirse en un contrapeso de los Estados Unidos, aunque en el caso europeo siempre tuvieron la posibilidad de explotar las ansiedades mexicanas respecto al vecino del norte y montarse en el caballito de la moralina.
La indiferencia europea a las propuestas de Carlos Salinas de Gortari llevaron a la negociación del Tratado Norteamericano de Libre Comercio (TLC) y la literal explosión del comercio entre México y Estados Unidos. La proporción de intercambio no cambió mucho sin embargo: 80 por ciento del comercio mexicano era con EEUU en 1980 y 80 por ciento del comercio mexicano es con EEUU en 2013.
¿Pueden o quieren los chinos ser el contrapeso de Estados Unidos? es la gran pregunta. Actualmente parecen estar más bien interesados en su vecindario; después de todo, es ahí donde tienen considerables cuentas que cobrar y también considerables desconfianzas que superar.
Sincera como pudiera ser, la visita y las intenciones de Peña Nieto huelen mas a un ritual de política doméstica que una medida de política internacional.
QMX/jcf