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CIUDAD DE MÉXICO, 2 de diciembre (Quadratín México).- Lo que en su discreción guardó como uno de sus secretos más íntimos, justo en el día que ha escogido para retirarse de los ruedos y decirle adiós al añadido que lo ha acompañado durante casi tres décadas, en la que ofreció alrededor de un millar de corridas, la frase acusadora de su progenitor da una pista del porqué de la ausencia, el abandono y el ninguneo que enfrentó en su camino hacia la cima como figura consagrada del torero nacional: a mi hijo lo bloquearon.
Algo, quizá mucho, sepa don Pancho de los entretelones de la grilla taurina. Pero este hombre moreno, de camisas floreadas, que ahora atestigua detrás del burladero la corrida del adiós de su hijo Manolo Mejía, no tiene empacho en señalar, cuando las notas de las golondrinas inundan una semivacía plaza México y las lágrimas asoman en la lidia de Alicoche (525 kilos), que si su hijo no arañó la gloria taurina fue por el bloqueo, boicot.
Reflexiona este escribidor sobre si el dedo flamígero del progenitor apunta a la conciencia o inconsciencia de empresarios, ganaderos y “periodistas especializados”, de los totalmente Palacio, como responsables de esa confabulación económica y taurina para cerrarle el camino a Mejía. ¿Nombres? Saltan a la vista.
Mejía malpasa la tarde con esos dos toritos de fiesta, huidizos, faltos de casta y de bravura, del encierro de Marco Garfias con los que hoy dice adiós. Tanto con su primero como con el segundo, el diestro de Tacuba busca ser innovador, se empeña y arriesga, con escasos resultados.
Ahí está Mejía, sudoso, encanecido, enfundando en un terno azul y oro confeccionado por el sastre español Justo Algaba; Mejía, el novillero; Mejía, y su doctorado ante Pobretón, en aquel lejanísimo 83, en la Plaza de la Luz de León; Mejía y su época de la mano de su mentor y tocayo, de apellido Martínez; Mejía el de las temporadas de oro 93-94, 94-95, 96-97; Mejía, el del indulto a Zalamero; Mejía, el del rabo a Desvelado. Mejía, el de la plazas chicas y el regateo de los reflectores. Mejía y la conspiración del olvido de los poderosos…
Manolo le ha brindado el primero a su padre y el segundo, de nombre Cuijo (480 kilos), al respetable. A este burel, de poca casta, opacado de alegría, lo lidia con naturales, derechazos, dosantinas de buena factura. Muy respetable defensa antes de decir adiós. Al momento del acero, deja una media, reintenta y fulmina al de la cornamenta. Suficiente para llevarse una oreja, una, postrero reconocimiento a su entrega.
Cuando llega el momento, Mejía se hinca en los medios para que don Pancho le mutile el añadido. Las lágrimas nublan la mirada del espalda, que recibe el consuelo de sus hijos. Se retira junto con su padre, sabedor éste que las grillas de los hombres de traje, son quizá más complejas que los efímeros y artísticos pases de una buena faena.
En esta tarde del adiós, ni los toros que lidearon el español David Mora, quien recibió la alternativa de manos de Mejía, ni el hidrocálido Fabián Barba, tuvieron destellos para rescatar.
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