Frente a la guerra/Felipe de J. Monroy
El cielo es de todos
Por: Ivette Estrada
La paz mundial es un sueño longevo, a veces utópico. Una realización postergada por las naciones porque ese estado idílico debe confrontarse con barreras de intereses materiales y miedo a perder canonjías y privilegios. El primer obstáculo a la paz surge cuando aceptamos la inequidad en oportunidades y riquezas, cuando consideramos “natural” que algunos seres carezcan de derechos humanos, cuando asumimos la disparidad de las condiciones de vida, cuando bifurcamos, excluimos y olvidamos. Cuando creemos que el cielo es sólo para unos.
Podemos generar muchas ideas para generar la paz, suscribir convenios y establecer políticas claras en cada nación para generar equidad de condiciones de vida y trazar rutas promisorias para todos. Sin embargo, esto sólo será un sueño irrealizable si no confrontamos nuestras propias creencias y asumimos que todos los seres del mundo somos diferentes y que no sólo podemos “tolerar” la divergencia de credos, ritos y etnias, sino abrazar la unicidad que cada uno de nosotros poseemos.
Es ineludible la propia paz para alcanzar estadios de felicidad para otros. Es necesario detenernos un momento y considerar que la serenidad es el camino que nos conlleva a la mejor toma de acciones y decisiones trascendentales. Sólo al escuchar nuestra propia voz interior lograremos asumir la verdad, la gran verdad de que todos somos uno solo, que es intrascendente nuestra fisonomía, lengua y credo. El hondo silencio en cada uno de nosotros nos permitirá recobrar la ruta de la humanidad el servir a otros y respetar su esencia y singularidad. Estableceremos en esa comunión con nosotros mismos la génesis de la paz, una paz irrestricta y sin fronteras para todos los seres del mundo.
La guerra y los actos bélicos son expresiones del miedo…y la sinrazón. De una idea errada de que el cielo es sólo para unos y de que otros deben sufrir penurias y tener un horizonte sin esperanza. La igualdad, en cambio, es la piedra angular del respeto y la prosperidad, de rutas de convivencia feliz, de creación y luz.
Hoy es el momento de despertar nuestra capacidad de crear la paz del mundo. No necesitamos ser altos dignatarios o jefes de estado para hacerlo. Hoy sólo basta el reconocimiento íntimo, silente, de que todos somos herederos de la luz, y que sin importar nuestra cuna, raza o etnia, estamos hechos con el polvo de las estrellas. Esa sola convicción basta para empezar a crear el longevo y feliz sueño de la paz mundial.