Teléfono rojo/José Ureña
Comunicar es volver la complejidad del discurso en un elemento comprensible, fácil y llano.
Ser comunicólogo es traducir la vida. Recoger las palabras más adecuadas para plasmar mensajes en fotografías, cine, voces o letras. Es contar historias recabadas con los ojos y memoria, compartir diálogos entablados con personajes diversos, pero también dotar de sentido lo más absurdo, descabellado, pueril o injusto. Comunicar es volver la complejidad del discurso en un elemento comprensible, fácil y llano. Hay quienes incluso persiguen la pureza.
Comunicar es crear acuerdos, tender puentes en las dualidades, tejer cadenas de entendimiento, aproximarse a la verdad. Es develar el alma de las cosas, de los discursos, pero también de los hombres. Imantarse de todo y simultáneamente aparecer con las manos vacías, ecuánime a las guerras que libraron otros, despojados de la osadía donde se testifica, pero no se es héroe.
Ser comunicólogo es entender que hay voces silentes que debes hacer que los demás las escuchen, que la memoria es flaca y debes hacer que perdure para que la historia no se extinga ni las enseñanzas se pudran. Ser comunicólogo es captar las realidades sin prejuicios ni estigmas. Es estar atento a cada hora, cada minuto del día y de la noche de todo lo que ocurre en la vasta geografía de la vida.
Ser comunicólogo es sacar historias de los libros, de las botellas de leche del supermercado, de los anaqueles de las farmacias, de las raíces y el campo, pero también de las gavetas de museos y resquicios de casas abandonadas. Ser comunicólogo es estar inmerso en la actividad y la aparente calma.
Un comunicólogo amará más que nada las palabras, las considerará seres vivos que se toman de la mano y son conjuro, credo y poema. Y son realidad y son lo único que explica al mundo, lo único que dota de cordura la cordura, lo que apacigua la crueldad y la vuelva acuerdo.
Las palabras para un comunicólogo son semillas que dan fruta de entendimiento, justicia, veracidad y armonía. Son elementos capaces de transformar nuestra realidad y darles luz a las sombras, son antídoto a las quimeras y dudas.
Ser comunicólogo es ejercer un oficio que tiene mucho de buscador de tesoros, mago, poeta y loco. Es ejercer el arcano del sabio, del ermitaño y el emperador. Es ser todo y a la vez nada.
Es tener la suficiente empatía para conquistar sueños comunes y ahuyentar el miedo. Es ser fuerte para volar aunque la miseria hiera las alas y apague el corazón. Porque un comunicólogo puede perder sueño y solaz, pero nunca la pasión que va más allá de los cinco sentidos y la realidad tridimensional. Un comunicólogo es alguien que sabe que todo es aparente, que nada está acabado, que las cenizas aún prenden.
Ser comunicólogo es una profesión que sólo deben elegir personas que crean en la bondad del género humano, que se comprometan con toda su mente y piel a difundir la verdad del amor y que no olviden nunca la compasión hacia todas las formas existentes de vida.
Ser comunicólogo es creer en Dios. Aunque nunca pronuncies su nombre…