Escenario político
A la memoria del ser que más amo
Escucha: cesan los ruidos del día. Se apagan paulatinamente las voces, el ajetreo se detiene pausadamente…disminuye el golpeteo de los pasos que se sobreponen unos a otros y se desvanece el barrullo. Aparecen entonces los sonidos de la noche: el silbido apenas perceptible del viento de octubre, los murmullos dulces de las hojas de arce, la estridulación de los grillos al frotar sus alas. Sólo entonces se devela en los sueños una bendición de la Luna: Enigma, Promesa, Madre.
Ella me entregó la vida una noche de Sagitario y cada día me llevó de la mano y me describió los caminos que después tocaron las plantas de mis pies, ya sin oquedades ni ramas que hirieran. A través de sus ojos miré el mundo y fue su juicio quien forjó el mío.
Todos sus valores y creencias me los prendió parsimoniosamente día a día, con más minuciosidad incluso que un taxidermista… Me contó su historia repetidas veces, cada una la aliñó con detalles diferentes, hasta que logré tener una versión muy completa de su percepción…pero no fueron sus palabras las que me heredaron paulatinamente su visión del mundo, sino su vida misma, las acciones cotidianas que me permiten ahora la remembranza, el poder pasarla por el filtro de la memoria y determinar, sin ambages, que fue fuerte, bella, valerosa, bondadosa y honesta. Vivía con una dignidad sencilla y por lo mismo deslumbrante. Amaba todas las manifestaciones de vida y creía en un Dios bueno… si tuviera que elegir una figura del tarot para ella sería La Emperatriz, por majestuosa…por ser una dama como lo invoca el estereotipo más rígido de rectitud y nobleza. Sin embargo, se trata de un arquetipo pobre, de poder efímero y superficial comparado con ella. No. No es la Emperatriz ni la Reina. Es algo más portentoso, perdurable y mágico.
La amaba, la amé siempre, pero también la admiré…Digo esto y al momento todo parece flotar en una laguna. Agua transparente, remisión al alma. Sí. Es la Luna. La luna que mueve mareas y avasalla océanos, la luna que borra oquedades y arrulla y canta, la luna que ilumina y abre de par en par capullos de incertidumbre. Sí. Es la Luna quien la define por su poder irresistible, por la magia que la acompañó siempre, por el enigma portentoso que definía sus acciones, por su rol de madre que apostó a la perfección y ganó. Es la luna, no otro arquetipo, el que puede representar a mi mamita.
Ella se fue al cielo en mayo… justo en la primavera más fría de mi vida, en sentido real y figurado, en un tiempo donde unos días estuvimos 16 grados debajo de lo habitual. Pero ese no fue el único portento: al día siguiente de que ella cortó el cordón de plata que la ataba a esta vida apareció un arcoíris: la promesa de interacción entre el cielo y la tierra. Desde ese momento supe que escucharía su bendita voz en toda la piel, en el cuerpo del agua, colgada en el crepúsculo, entre el brillo de la llama, en el baile de las hojas y la caricia del sol… desde que vi nítido el arcoíris supe que ella, Luna-Madre, seguía conmigo y no se iría nunca. Gracias al Cielo por preservar mi mayor bendición.
Lo escribo y al momento siento un abrazo tenue, casi imperceptible, con la dulzura amorosa de siempre. Puedo incluso mirar un delgado halo de luz plateada. A medida que pase el tiempo su presencia será más rotunda y definitoria, para corroborar que los lazos de amor no se pierden. Hablo de ella, de Luna-Madre, de mi mayor bendición en la vida, y siento que todo se ilumina, que su amor vuelve cálida las oquedades y su aparente ausencia de este mundo la difumina su recuerdo. Puedo afirmar, sin dudas, que el amor permanece siempre. Ella es luz que nunca amaina, llama de amor que no se apaga…