
Muchos pantalones ante las desapariciones
El abogado del diablo
Disculpar un acto atroz es más terrible que el crimen mismo. Cercenan las manos en aras de que eran bandidos y la opinión pública lo da por “bien hecho. Lo merecían”. Después se atribuye a un acto de grupos criminales y entonces si se dimensiona el horror de lo efectuado.
Dispara por la espalda a unos bandidos y les da el tiro de gracia un justiciero anónimo. El silencio complaciente da por bueno ese acto. Una mujer es acorralada por empleados de una taquería y después uno de ellos le da tres puñetazos en el rostro. Testigos aseguran que ella propicio esto.
¡Basta ya! El acto violento nos lacera a todos. No podemos vivir en un mundo de horror donde vemos como cotidiano o “merecido” un acto de violencia y odio. La justicia por propia mano se da en la barbarie y grupos homicidas, no en una sociedad de personas que trabajan, aman y sueñan como la nuestra.
¿En qué momento aceptamos el odio como respuesta, el crimen como justicia, el dolor y los golpes como algo cotidiano, qué día dejamos que el crimen permeara nuestra percepción del mundo, cuándo nos deshumanizamos y tachamos de “otros” a los que no son como nosotros?
Recordé la anécdota de un niño que plantea al abuelo. ¿Qué pasaría si se matara a todos los secuestradores y ladrones, abuelo? Y el hombre señala:
-En el mundo quedarían entonces los asesinos.
¿Somos eso? ¿Somos los héroes que matan, desmiembran o golpean a los “malos”, somos tan crueles e insensibles como ellos?
Es hora de parar la violencia. De reconocer que no importa el apelativo de inocentes o culpables. Nadie merece crueldad ni sufrimiento. No podemos tildar de héroes a quien castiga, hiere y mata. Es hora de plantearnos reglas claras de convivencia. De actuar con mesura.
Y no se trata de quedarse de manos cruzadas ante un acto de violencia o atropello. Es necesario frenarlo pero no con el argumento feroz e irracional de los golpes, crueldad u homicidio.
No se vale matar ni infligir terror. Debemos humanizarnos más para volver inaceptable hasta el grito, desdén o humillación hacia los demás. Debemos pensar que la armonía y el respeto se aprenden desde el hogar, donde no se permiten tratos vejatorios a ningún ser vivo y hasta los objetos se tratan con consideración.
El respeto es algo que se aprende con el ejemplo, éste rebasa la tolerancia que no es sino un grado de menosprecio por el otro. El respeto es reconocer en los otros la misma valía, honor y consideración que profesamos a los seres que amamos. El respeto es saber que todos somos uno.
Y no. Tú nunca dañarías a un ser que amas. Pero tampoco dejarías que viviera en errores o injusticias. Se lo harías saber. Porque tan grande es la crueldad que no señalar a tiempo los errores y mezquindades.
La heroicidad es trabajar en pro de la armonía y borrar de nuestra casa y entorno la equivocada noción de que alguien merece ser infeliz, sufrir o morir. La humanidad es ver en otros nuestra carne y mente, por difícil que aparezca inicialmente.