Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Cómo borrar fantasmas
Reaparecen las sombras. Mensajes de odio, xenofobia y machismo con el triunfo de Donald Trump a la presidencia estadounidense, saltan ahora de la caja de pandora y se esparcen a plena luz del día en el mundo.
El miedo es la contraparte del amor y Trump personifica perfectamente los demonios que atisbaban en las sombras. No exagero. Ahora los comentarios raciales, la falta de respeto y todo aquello que considerábamos inadmisible está personificado en el presidente electo de Estados Unidos. Existe un retroceso en la conquista de los derechos humanos y el respeto.
Pero a la par que se generan marchas del kukuxklán y se diseminan burlas a las minorías raciales y mujeres, se gesta una noción propia de nuestra esencia y valía. Somos y no requerimos que alguno lo reconozca. No necesitamos la aprobación de nadie para saber que somos personas llenas de dones y carisma.
Nuestra esencia va más allá del color de la piel o de una característica física anglosajona. Provenimos de una raza bella y fuerte. Somos más allá de un poderío económico o un nombre. Nuestro poder es el verdadero, no aquello que se puede perder o quitar como dinero o membretes. Es nuestra capacidad de crear, la historia que tenemos, las raíces antiquísimas que nunca se doblan.
Los latinos, y mexicanos particularmente, somos una raza llena de ingenio, arte y color. Capacidades inmensurables, calidez, armonía y una proclividad al servicio y la alegría. Somos fiesta, humanidad, espíritu. Todo aquello que el dinero no compra y que todos desean tener, como la dignidad y el sentido por la vida.
No. No necesitamos que alguien nos señale como uno de los países más trabajadores del orbe, ni los que poseemos gran creatividad e ingenio. No requerimos de cifras que nos ubican como la mayor nación exportadora de arte en América Latina. Nosotros somos y convivimos día a día con artistas.
No nos asombra ni perseguimos nada, pues todo ya lo poseemos. Y aunque traten de minimizar nuestro valor a sólo mano de obra barata, cada vez, en diferentes ámbitos, se despliega nuestra capacidad innovadora. Y no sólo en humanidades y arte, sino en facetas y sectores económicos diversos.
Hace mucho trataron de comprar nuestro oro con espejitos de colores. Lo que no sabían entonces los extranjeros que a nuestro suelo llamaban, es que el valor de una estirpe no es material. Es una cultura que se gesta en el tiempo, son filosofías y formas de vida que se maceran a lo largo de muchos siglos. Por eso por favor terminen la valla. No queremos que pensamientos mezquinos y falaces nos toquen, que su miedo-odio nos roce. Somos suelo de emprendedores, estirpe de ingenio y logros.
Pero más aún: nosotros sí creemos en el amor, si tenemos la capacidad de amar a quienes aparentemente son ajenos. Nosotros, los mexicanos, sabemos valorar la diversidad y abrazar en nuestras casas a los “otros”, porque sabemos que “ellos”, los desarraigados y caminantes del mundo, también son nosotros. Los mexicanos creemos que todos somos uno. Y esa fuerza abate sombras y diablos. La unidad nos hace seres ejemplares. Se lo debemos a nuestros ancestros, a la épica raza de bronce.