
Muchos pantalones ante las desapariciones
Sólo el amor
Sólo el amor nos queda cuando abrimos las palmas de las manos e impera la soledad y el silencio. Sólo el amor está cuando pensamos en las otras dimensiones de vida, cuando todo es obscuro, cuando los motivos para proseguir se olvidan.
Sólo el amor le da existencia a enseñar y compartir, olvida rasguños y dolor y nos permite generar otras ideas, trascender del miedo, levantarnos, proseguir.
Y cuando pasa el tiempo, cuando sabemos que estamos al filo de esta vida, sólo el amor nos permite ver la luz, creer y generar esperanzas donde antes sólo vimos suelos yermos.
A diferencia de oriente, nosotros asumimos que la vida sólo pertenece a los jóvenes. Consideramos que los pocos años involucran las oportunidades, belleza y disfrute. Segregamos de todo ello a los “viejos”. Esto ocurre en sociedades donde el ser humano se vislumbra con lo más tangible: la corporeidad. Pasamos por alto que éste es reflejo de la propia espiritualidad y los pensamientos, percepciones, creencias e historia.
El cuerpo está imbricado en alma y espíritu, pero las tres capas sobrepuestas a la humanidad reconocen al amor como la materia, factor o milagro que las conjunta, lo único que trasciende los planos de existencia, la única verdad.
Y así, las manifestaciones de vida resultan holísticas, plenas. Se incorporan a nuestra narrativa de perfección los cúmulos de experiencia con las voces nuevas, el andamiaje añoso con incipientes descubrimientos, el paso de la vida con caminos que recién aparecen o se imaginan.
En medio del caleidoscopio de lo nuevo, de ese resplandor que borra la nitidez real, existen seres que ya no creen en la inmediatez y el restrictivo plano tridimensional. Son quienes ya enfermaron y enterraron a seres amados. Son quienes ya comprobaron que para abrazar esta vida no bastan los sentidos físicos, porque para explicar todo, desde lo más nimio a lo más grande se requiere amor.
Hablo de los “viejos”, de esos sabios que deambulan hoy aquí pero el corazón, el subconsciente, está ya en el cielo. Hablo de quienes ahora saben que lo único que importa es el amor. Por eso rehúyen discusiones, envidias y prisas. No se jactan de nada pero tienen la sabiduría de encontrar lo bueno en cada persona y situación.
Los ojos de estos viejos captan ahora la bohonomía en las cosas sencillas. Saben escuchar, admirar la perfección en animales o vegetales, agradecer cada día.
Han renunciado al ruido y la efervescencia. Saben que la soledad es una compañera fiel y honesta. Han mirado ya el rostro de la muerte y ya no la constriñen al temor, sino a un nuevo plano de vida. Paradójicamente, son los “viejos” quienes ahora más disfrutan la vida, encuentran belleza en todo, en lo más trivial y en la propia decadencia.
Así, para hacer justicia, debo decir que quienes ya encontraron que la única verdad en la vida es el amor, no deben llamarse “viejos”, un vocablo erróneo que discrimina, sino sabios o amantes, seres gozosos del sol y la serenidad.
Y sí, sólo el amor fecunda nuevas realidades y hace verdad las promesas. Sólo el amor permite creer y hacernos felices. Sólo el amor.