Itinerario político/Ricardo Alemán
Hablar con Dios. Mi confesión
Sólo yo conozco mis límites y proezas, lo que resguarda la piel, los anhelos silentes, los juramentos de amor que no confesaré jamás. Sólo yo.
Yo sé lo que es llorar mientras finjo una sonrisa, aullar de dolor, solazarme con el viento, trazarme nuevas metas. Sólo yo.
Por eso, hoy ya no me importan como me juzguen los otros ni lo que crean de mí. Me importa mi propia opinión sobre cómo actúo y todo lo que creo. Ahora sé hasta dónde me llevan mis alas y conozco el sabor de la libertad. No me justificaré ya más. No soy lo que los demás aprueban o rechazan. Soy yo: herida, canto, vida. Yo. Soledad que no termina, complicidad no dicha, promesa que rebasa límites y prejuicios.
Sor arcilla que crea realidades, polvo de oro en las tardes de mayo, poema no escrito, celebración sin ruido. Yo. Fantasma, mujer, evocación y palabra. Yo la que crea y se desengaña, la que escribe honestidad en actos pueriles, la humildad de pupilas ocres y piel morena.
Yo la que ahora grita sin que se escuche nada. La que sabe esperar todo: mensajes, promesas, nada. La que zapatea sobre las desilusiones y proclama que ninguna de ellas existió. La que ama ídolos y a ángeles, prendada de lo lejano e irreal.
Hoy abrí una jaula, la que encerraba mis contradicciones, los vaivenes que me catalogan como bipolar. ¿Y qué no lo somos todos? A veces risa, otras ímpetu, desazón, miedo, serenidad y de nuevo felicidad. A veces deslavada, a veces plena, otras que rebasa euforia, unas que se convierte en placidez invernal.
Estoy exhausta a veces. Me rebasa la ternura que bulle bajo mi piel, los recuerdos atorados en el cogote, la garganta y la carne; las ausencias que aún me pesan, los adioses que no logro procesar aún. Pero sobre todo, cargo tantas y tantas esperanzas todavía, que creo que se deshilachan y en lugar de aligerarlas cargo más y más.
Y este ente de emociones y nervios, este cuerpo de palabras que soy, en esta vida aprendió a rezar, a descubrir los velados mensajes del cielo, a sacar el laberinto de mis deseos y a concentrarme en la nada y en la paz. Entonces se escabullen risas y lamentos, ansia, pasión y anhelos. La voz se convierte en el silbido dulce del viento; las marchas pisadas ténues sobre la tierra que huele a barro y yerbas. En el corazón el estruendo de la sangre se aligera. Aparece un compás casi imperceptible. La serenidad regresa… Es cuando hablo con Dios.
En ese momento ya no me interesa el contenido de los murmullos, se diseca el escándalo, se apaciguan ansiedades. Empieza entonces mi vida. La real, la única que tiene sentido. Sólo soy yo cuando hablo con Dios. Lo demás son brochazos en el lienzo de la vida. Nada que rescatar o vanagloriar.