Abanico
Catarsis de papel
Lo más sublime, sorprendente o triste de mi vida siempre queda atrapado en una hoja de papel. Con letras exorcizo fantasmas, ahuyento lágrimas, amo o enfrento un duelo. Una hoja es rebozo de pudor, pañuelo de lágrimas, abrazo de fibras vegetales o incluso mortaja. Las palabras son equilibrio o cruz, aliciente para proseguir mi vida.
Siempre tengo una pequeña libreta, moleskine de viaje, para describir paisajes, encerrar emociones, captar un recuerdo. Pero también es una herramienta de autodescubrimiento. Y este fin de semana me di cuenta que siempre me enamoro de hombres extremadamente lejanos: ángeles, locos o extraterrestres.
De alguna manera para mí el amor es una construcción mental. Sólo así la preservo de los raspones del día a día. Ahora, por ejemplo, estoy enamorada de un hombre que no veré jamás. Tiene todo lo que amo y lo admiro profundamente, pero él no lo sabe. No logré convencerlo con lo que soy, así que me limitaré a abrazarlo en mi imaginación a partir de ahora.
Dicen que cada uno de nosotros retomamos los paradigmas de amor de nuestros padres. Los muchachos subconscientemente se sienten atraídos por mujeres similares a su madre y las chicas buscan reproducir en su pareja características análogas a su progenitor. Eso explicaría mi atracción a los hombres “lejanos”. Mi papá viajaba mucho. Estaba ahí pero al mismo tiempo era una figura lejana y misteriosa.
Paulatinamente, a 11 años de que se fue al cielo, voy reconstruyendo su personalidad y legado. Una tarea fascinante pero también desoladora. Y hasta este momento, gracias a las palabras, me di cuenta de mi patrón de arrobarme de parejas que nunca lo serán. No en este plano tridimensional. Siempre estarán en el cielo o en los pliegues del alma. No aquí y ahora, no para aprehenderlos con mis cinco sentidos.
Eso no importa. Lo sorprendente fue la magia del papel y las letras. Puede ser computadora. Su fin es el mismo. Es una metáfora de la hoja en blanco. La nada que de repente captura realidades. Un paño que envuelve vivencias que ni siquiera pensamos que existían.
Ahí quedan atrapadas las contradicciones, el amor, sombras del ego, enfermedades y súplicas. Ahí van a parar las pesadillas y el desconsuelo, todas las veces que me cerraron la puerta en la nariz y las humillaciones que trato de volver inexistentes. Pero en las hojas de papel también están mis pequeños triunfos del día a día, la felicidad de las conquistas, la pasión que envuelve mi espina dorsal, los amigos, paisajes sorprendentes, lo benigno del cielo.
Hablo con Dios todos los días, a cada momento. Pero a veces, cuando los pensamientos se enredan y parecen caóticos, los acomodo en el papel. Así agradezco que mis papás siempre lo serán aunque ahora vivan en el cielo, doy gracias por la belleza y serenidad de un momento, oro por quienes amo… Y sigue así la vida.