Libros de ayer y hoy
El ángelus de este domingo 24 de febrero fue el último de Benedicto XVI, quien dejará de ser Papa al renunciar el jueves 28 de febrero a las 20 horas tiempo de Roma, como él mismo anunció, y no habrá dos papas por el hecho de que él siga vivo.
Joseph Ratzinger será papa emérito. Así de sencillo.
Lo que pasa es que no estamos acostumbrados a que renuncie un papa, y hay tanta especulación en esta hora, prácticamente de sede vacante, que se sueltan especies de toda índole, aun insostenibles.
Debe entenderse, por un lado, la necesidad de los reporteros ante la Santa Sede de llenar espacio en sus medios y, por otro, la inveterada costumbre de afirmar tal o cual cosa para divertir a los lectores, aunque sea falsa.
Además el Vaticano pocas veces exige rectificar tales errores; como que todo se vale. Ahí va lo irresponsable o cínico de quienes se dicen doctos en materias eclesiales, vaticanólogos (en México hay varios) a larga distancia, para no sentirse menos ni desapreciar la oportunidad de verse enterados.
Cierto que parece imprudente que el ex papa se refugie en un claustro dentro del Vaticano, con vista privilegiada a sus hermosos jardines, y no faltará quien diga que el nuevo monje estará allí para supervisar los actos de su sucesor y llamarle la atención cuando los crea inconvenientes; si bien nada de eso ocurrirá.
Pero podría eliminarse con que el Papa emérito dejara ese convento y se fuera a vivir a un sitio lejos de San Pedro; para lo que tendría múltiples ofertas, desde luego en su natal Alemania.
Mas nadie puede discutir que ya no tendrá ninguna atribución en la Santa Sede para ordenar. Basta y sobra que él renunció por su propia voluntad, sin imposición de nadie, y que no es alguien que guste ejercer un poder de facto, tras el trono, o condicionar la acción de su sucesor, como ocurre en la política mundana.
Que sus allegados sigan o no en los cargos de hoy, será decisión del sucesor. Fue imprudente anunciar que el secretario particular de Benedicto XVI continuará de mayordomo de la Casa Pontificia, pues se le hizo flaco favor al sucesor, quien –es por demás lógico- decidirá quiénes colaborarán con él y quiénes no.
En resumen, no habrá dos Papas, sino sólo el que elijan los cardenales en el futuro cónclave, cuyo inicio Benedicto XVI dejó a arbitrio de los purpurados, porque la sede vacante que ocasionará su renuncia, no será sorpresa, como cuando muere un Papa, y ya están en Roma casi todos los electores, pues el interregno no los tomó de improviso, y podrá acortarse para que la Iglesia Católica no viva mucho tiempo sin Pastor.
Claro, seguirán las cábalas sobre si el Papa será tal o cual cardenal: italiano, de la curia romana, europeo, latinoamericano, estadounidense, asiático o africano, pues el Colegio Cardenalicio es hoy más universal que nunca.
Queda pedir al Espíritu Santo ilumine a los electores y que escojan al guía indicado para la Barca de San Pedro, en esta hora de avances tecnológicos inigualables, de laicismo, de proliferación de sectas y un clero cada día más escrutado y criticado, hechos que menguan la autoridad moral del Papado, pues los enemigo son más duros, pero no prevalecerán las puertas del infierno.
QMX/sfl