Alfa omega/Jorge Herrera Valenzuela
Adiós a un divisionario gratamente recordado
Jorge Herrera Valenzuela
Cuando despiden a un General de División, la ceremonia es emotiva, estrujante, solemne y al mismo tiempo se enciende luminosamente el espíritu familiar.
Al oír las palabras de quien fue compañero de armas o a un familiar, el corazón “se encoje y la piel se enchina”, más aún en los momentos que el oficial deja escapar de la corneta las notas del toque de silencio, mientras lentamente desciende el ataúd a la última morada, la fría tumba.
Eso lo viví al asistir a la inhumación de otro divisionario, don Arturo Zavala Medina, que cumplió como comandante entre diferentes entidades del País y concluyó su misión en Tabasco. Hombre recto y militar con acendrado cariño y respeto a su uniforme.
Desde siempre mantengo respeto hacia todos los militares, empezando por “los juanes” como cariñosamente llaman a los soldados rasos, jefes, oficiales y generales. Recuerdo en los inicios de mi labor de reportero redactor en el diarismo mexicano, que la Institución, así con mayúscula, más querida por el pueblo es el Ejército Mexicano, a pesar de las indignas disposiciones presidenciales.
Tanto los que egresan de los planteles militares como quienes causan alta, en forma directa, siempre van por vocación, por el gusto de servir a su México. Hay escuelas para estudios superiores, donde terminan con el grado de diplomados.
Muchos son los que, en defensa de la Patria, en cumplimiento con órdenes directas, sin medir las consecuencias, exponiendo la vida, son defensores de la soberanía nacional. Cuidan nuestras Instituciones y al Presidente de la República, pronto será a la Presidenta de México.
Están presentes inmediatamente, dejando el cuartel, saliendo de sus hogares, suspendiendo estudios y tareas internas, para auxiliar a mujeres, a hombres, de todas las edades, al sufrir embates de la naturaleza. Aplican el Plan DN-III.
Es de mencionar, con orgullo y satisfacción, que la milicia tiene alrededor de 35,000 mujeres en las diferentes armas y tareas.
La presencia de la mujer en el Ejército comenzó en el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas. En 1934, María González de Carter causó alta como afanadora en la Intendencia General del Ejército. Un año después ingresa la segunda mujer, Anastasia Soriano López, como Enfermera Ayudante.
En los años cuarenta las mujeres tuvieron acceso para laborar en oficinas. Hoy, inclusive, hay generalas. En la Fuerza Aérea se abrieron las puertas para quienes desean ser aviadoras.
LE LLAMABAN “EL DIABLO”
Carlos Duarte Sacramento, merítense de pura cepa, fue un militar que se distinguió por su humanismo dentro y fuera de las aulas castrenses.
Los jóvenes cadetes del Heroico Colegio Militar lo conocieron con el apodo de ¡“El Diablo!”. Al asumir la dirección el general Luis Ángel Fuentes Álvarez, terminada la gestión de Duarte, fue apodado como “Exorcista”, “porque sacó al diablo del Colegio”. Humor blanco.
Más adelante comentaré al respecto y su estancia como director general en las instalaciones militares de Tlalpan, al cerrarse “el nido” de Popotla, en San Jacinto, Tacuba.
Yucateco bohemio como muchos de sus paisanos. Le gustaba tomar su guitarra y entonar canciones del romanticismo. Escribió poemas que publicó la Revista Brechas, editada en Guamúchil, Sinaloa.
Liberal de pensamiento y apasionado de la música, de la poesía, compositor musical y con facultades para interpretar a Guty Cárdenas, Ricardo Palmerín, Luis Demetrio, Sergio Esquivel y Armando Manzanero.
Encontré, en la lista de compositores, a Ricardo Augusto Duarte Esquivel y Felipe Erosa Duarte. Desconozco si fueron sus antecesores.
En el sepelio, mi gran amiga y colega Irma Landy Duarte Lisci, hija del ameritado divisionario, en su oración fúnebre, despidió al “General de División que sirvió siempre con amor a su Patria, el padre amoroso y el abuelito general”.
Del corazón de Irma Landy salieron las palabras entrecortadas y con lágrimas sobre las mejillas: “Tú, papi, fuiste de los que luchan en toda la vida. Vuela, vuela, alto con tus alas de Aguilucho… Tu legado es enorme y estaba en compromiso, la herencia: el trabajo arduo, la responsabilidad, la disciplina, la entereza para levantarte cuando se ha caído, la fuerza para vencer obstáculos en la vida, pero también la nobleza”.
DE ORDENANZA A DIRECTOR
La licenciada Irma Landy me contó una de las muchas anécdotas de su padre, poniendo de relieve el sentido humano con que él siempre trató no sólo a sus compañeros de la Antigüedad 1950, sino a todos los que fueron sus alumnos, a los cadetes.
Un rasgo que justifica que calificó como humanista al general Duarte, es cuando se acercó a él un aspirante que no pudo pasar la prueba de admisión y anhelaba ser militar.
Expuso su caso, le tocó el corazón al general, al decirle: “Ayúdeme, mi general, me prepararé para que el año próximo no me rechacen, ¡Quiero ser alumno del Colegio!”.
Sin más, el general Duarte le aceptó para que colaborará con él, dándole de alta como ordenanza. Todos los días ese joven, en su tiempo libre, estudiaba para el examen oral y escrito, así como preparaba su tener condición física.
Estuvo directamente a su servicio y en una ocasión que fue al hogar de su jefe, fue invitado a sentarse a comer con la Familia y el joven agradeció el detalle, diciendo que no era posible hacerlo porque era simplemente “ordenanza”, Finalmente ocupó u lugar en la mesa.
Cumplió su palabra el aspirante. Presentó nuevamente los exámenes y quedó inscrito como “potro”, así les dicen a los que cursan el primer año.
Terminó sus estudios. Siguió preparándose para obtener sus ascensos hasta general de Brigada y en 2011 fue nombrado Director General del Heroico Colegio Militar.
“Un día fuimos de visita al Colegio y pedimos el permiso correspondiente. Gratísima sorpresa nos llevamos cuando nos recibió el director, era Sergio, el joven que conocimos como en la casa”, me relató Irma Landy.
Sergio Alberto Martínez Castuera coronó su sueño. Además, se desempeñó como Comandante de las Fuerzas Especiales del Ejército. Coordinador de prisiones federal. El gobernador de Aguascalientes, Martín Orozco, lo integró a su gabinete como Secretario de Seguridad Pública.
HOJA SUELTA ESPECIAL
Una semblanza completa, con detalles conmovedores y rasgos sentimentales, escribió el Teniente de Artillería retirado Luis Enrique Ramírez Monterrubio, que nuestro personaje es un director querido, respetado y recordado por convivir con el alumnado y acompañarlo a prácticas de campo.
Ramírez Monterrubio tituló la narración “Hoja Suelta Especial, Páginas de la Historia El diablo no era como lo pintaban In Memorian”.
El director llegaba al comedor, se sentaba entre los alumnos y pedía que le sirvieran “lo mismo que a todos, para saber si la comida estaba como él ordenaba”.
Lo que también recuerda Ramírez Monterrubio es que “mi general visitaba a los muchachos en los dormitorios, platicaba con ellos, conocía de sus problemas personales, escuchaba opiniones y daba respuestas”. Eso no lo hacían los directores de la institución.
QUERÍA SER PILOTO AVIADOR
Duarte Sacramento al dejar Mérida, a los 17 años de edad, emprendió el viaje hacia el Distrito Federal. Al hacer escala en Veracruz, ya no tenía dinero y vio ue estaban contratando “sparrings” en un gimnasio de boxeo, deporte que le atraía. Lo contrataron y se ganó unos pesos para arribar a la Capital Mexicana. En esos días otros jóvenes yucatecos también se unieron a él, en busca de superación.
El joven Carlos deseaba ser piloto aviador militar, pero la escuela estaba (sigue) en Zapopan, Jalisco. Imposible. Apenas tenía para medio comer. Fue a las instalaciones del Colegio en Popotla, presentó exámenes y no fue aceptado “por tener pies planos”. Estaba formado en las filas de los rechazados.
Don Tomás Sánchez Hernández, divisionario, director del H. Colegio Militar. Preguntó: “¿Por qué están separados estos jóvenes?”… “No pasaron las pruebas, Señor”, inmediata respuesta.
El general encaminó sus pasos y fue interrogando a cada uno de esos jóvenes. Al escuchar al merítense Duarte Sacramento, don Tomás preguntó: “¿Tan solo por tener pies planos, lo rechazan? ¿Saben el sacrificio que hizo esté joven para salir de su tierra? Si no es bueno para Infantería, lo será en Caballería? ¡Se queda!”.
Ese ángel bajado del cielo, cambió el destino de Carlos Duarte. Iba a ser “potro”. No sería piloto aviador, estaría en las infanterías. Suspiró y alzó su vista al cielo. Tendría comida tres veces al día y una cama para dormir.
Capítulo muy importante en la formación, su estancia como cadete. Disfrutó su primer año como estudiante. Lo recordó al regresar a su Alma Mater, como director.
Pidió a los cadetes de años superiores que no abusaran en “las novatadas”, las cuales no se suspendieron.
Un grupo de alumnos ató varios tornillos metálicos a una cuerda y la introdujeron en la boca a un “potro”, se rompió el hilo y un tornillo se fue al estómago del novato. De urgencia fue intervenido quirúrgicamente y salvó la vida. Los autores fueron identificados y recibieron la baja y el impedimento para retornar al Colegio.
NI DIABLO “EL DIABLO”
“Han cambiado al director. Llega el diablo”, la noticia se esparció entre cadetes, jefes, oficiales. “Ahora si “potros” se van a hacer hombrecitos y van saber lo que es bueno, mejor desértense o metan su baja”, versión sarcástica.
¿Quién era ese hombre a quienes todos temían? Estaban enterados que “había sido el mejor Comandante del Cuerpo de Cadetes”. Los comentarios, en baja voz, entre comandantes, oficiales y alumnos, se resumían en otra interrogante: “¿qué va a pasar más adelante?
Pronto se despejó el panorama, desde la misma mañana de la toma de posesión el director demostró que “Ser general de división, no basta serlo, también hay que parecerlo”. Llegó vistiendo elegantemente su uniforme azul zeta impecable.
Un aplauso silencioso en los dormitorios del alumnado, porque el director Duarte Sacramento “no nos sacaba a correr, de madrugada, como muchos decían que pasaría, no existió violencia física, no la permitiría y las órdenes se cumplen y san se acabó”.
Escribió el teniente: Había llegado un líder a la dirección del Colegio Militar, el cual dijo, Sí, soy El Diablo, pero no soy el diablo. en muy pocas semanas el cambió de director hizo florecer al Colegio. Se reanudaron las actividades culturales y deportivas que fueron suspendidas.
Siempre el militar yucateco “demostró que un águila y tres estrellas tal vez solo sea una cosa simbólica y legal dentro de la jerarquía militar, pero para ser general de a deveras, hay que ganarse el respeto y no el miedo de quien está debajo de ti. Él lo demostró”.
SABÍA ENOJARSE, PERO…
En la hoja especial del libro de la historia tuve la oportunidad de leer que el general Duarte para enojarse, era muy humano y no siempre “el diablo es como lo pintan”.
“Me acaban de hacer pasar la peor vergüenza como director” dijo a todo el personal del Colegio, después de la colecta para la Cruz Roja. “Pusimos –continuó- la mano encima sin echar un solo quinto y a la hora de contar el dinero, casi estaban vacías, jajaja”.
Ordenó a oficiales que estuvieran junto a las alcancías para certificar que “ahora sí cada uno iba a echar su dinero, de a deveras”.
“Bajito de estatura, imponente su personalidad, con la pura mirada te quedabas quieto, como paralizado”.
Estaba Ramírez M. entre los arrestados, haciendo fajina, en la plaza. Ven llegar al director y los alumnos pensaron “ya valimos madre, nos va a mandar a correr y con equipo”. Preguntó a cada uno el motivo del arresto y casi todos quedaron francos, “porque los motivos eran pendejadas”.
En maniobras a campo abierto hubo irregularidades en la operación, culpando al Comandante del Cuerpo y no era cierto. Cuatro horas más de marcha. Tender los vivacs y a dormir. Cayó una tormenta, por lo que se cubrieron con lienzos de hule.
De pronto entre la obscuridad “vimos una silueta de una persona caminando bajo el aguacero, con chanclas y playera” y el comentario: ¿estará loco ese tipo o qué le pasará?
“Al distinguir la figura, ¡era nuestro director! que sin importar la torrencial lluvia estaba con nosotros, supervisando y alentando, con su sola presencia, a su gente”. Ningún director lo ha hecho.
El 25 de julio de este año, Carlos Duarte Sacramento entregó su alma al Creador. Murió, donde nació, su amada Mérida. Sus familiares estuvieron hasta el último instante en que fueron depositadas sus cenizas en un nicho.
Con mucho cariño el adiós a “un hombre cabal que supo cumplir con s momento histórico”.