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Escenario político
@guerrerochipres
En la Sierra Tarahumara, los aguajes y los pinos son alimentados con pinole; las mujeres indígenas esparcen esa harina hecha con maíz para que el agua no les falte. Desde hace al menos cinco años ese ritual ha venido a menos ante el desplazamiento forzoso de la población.
De acuerdo con datos de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas del Estado de Chihuahua, desde 2017 cerca de 500 tarahumaras han tenido que abandonar sus tierras ante la violencia, otros han dejado de sembrar maíz. Informes de organizaciones civiles indican que han sido obligados a cultivar amapola.
Esa violencia que se vive en la zona alcanzó a los misioneros jesuitas Javier Campos Morales S.J. y Joaquín César Mora Salazar S.J., de 79 y 78 años de edad, asesinados en una iglesia de Cerocahui.
Este lunes por la tarde, una persona que era perseguida buscó refugio en el interior del templo y, al escuchar ruidos, los sacerdotes, quienes de acuerdo con testigos estaban en una reunión, salieron para saber qué ocurría. En ese momento fueron asesinados, junto al hombre que huía. Los criminales se llevaron los tres cuerpos.
Un crimen condenable, que estremece por el trabajo social que esta orden realiza en una zona calificada por los mismos jesuitas como convulsa.
El informe Episodios de Desplazamiento Interno Forzado Masivo en México 2019, presentado hace dos años por la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos advierte la presencia de grupos del crimen organizado en la región serrana de Chihuahua, que ha provocado la huida de indígenas.
La Sierra Tarahumara está compuesta por 21 municipios, habitados por cuatro pueblos originarios. Los rarámuri o tarahumaras representan el 77 por ciento, y el resto son ódami o tepehuán, pima y warijío.
Ahí, hace ya casi 500 años, llegaron los primeros jesuitas a realizar su labor pastoral, donde ahora ofrecen acompañamiento a los pueblos locales, cuentan con la Clínica Santa Teresita para rescatar a niños en desnutrición grave, dotan a las comunidades de agua y educación, entre muchas otras aportaciones.
Los padres Javier y Joaquín, a quienes conocían como El Gallo y El Morita, llevaban décadas como misioneros con los tarahumaras; estaban comprometidos con la paz y la justicia.
Desde la ciudadanía, seguiremos de cerca los avances en la investigación sobre la que ayer mismo se pronunció el Presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia de la mañana, al tiempo que reconoció la presencia de la delincuencia organizada en la zona.
En todo amar y servir, legó San Ignacio de Loyola. Ya El Gallo y El Morita cumplieron con esa parte; la siguiente toca a la autoridad y es justicia.