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CIUDAD DE MÉXICO, 20 de diciembre (Quadratín México).- Si bien Diego Rivera no fue un experto en arqueología, algunas de sus creaciones cuentan con una marcada influencia prehispánica, ejemplo de ello son sus obras presentes en Palacio Nacional y en el Teatro de los Insurgentes, en los que retoma tradiciones y costumbres de civilizaciones como la mexica.
El muralista mexicano, que contaba con una gran afición por coleccionar todo tipo de piezas y objetos prehispánicos, reconstruyó dentro de sus murales las ciudades de Tlatelolco y Tenochtitlán, como parte de los trabajos que inició en 1941 en el patio central de Palacio Nacional, en los que se muestra también su afinidad por las culturas: mixteca, totonaca y huasteca.
De esto y más se da cuenta en el artículo “Diego Rivera y la Arqueología Mexicana. La raíz Profunda”, de Francisco González Rul, donde el autor analiza la obra que Rivera realizó en sitios como el Centro Médico La Raza y el Estadio Universitario México 68, entre otros.
La reconstrucción que hace de la Ciudad de México, muestra que no contaba con conocimientos profundos de la cultura mexica, ya que se pueden encontrar algunas inconsistencias, como la presencia de cerámicas con tintes teotihuacanos en la obra que hace alusión al mercado de Tlatelolco, cita el texto publicado en el número 47 de la revista Arqueología Mexicana.
Se dice que además Rivera retrató en gran medida la fisionomía, vestimenta y sobre todo la arquitectura de las civilizaciones indígenas, destacando la reconstrucción de la isla de México, a través de las ya mencionadas ciudades de Tenochtitlán y Tlatelolco, presentes en los corredores centrales del patio de Palacio Nacional.
De acuerdo con los expertos en la materia, el trabajo realizado por Diego Rivera en el recinto que albera al Ejecutivo en la Ciudad de México, es una de las obras de paisaje urbano más notables, no tanto por la exactitud de sus elementos, sino por la concepción que este muralista proporciona de la antigua metrópoli azteca y sus alrededores.
Para la elaboración de estas, Rivera tomó en cuenta algunas descripciones realizadas por cronistas como Cortés, Bernal Díaz del Castillo, García Cubas y Justino Fernández, las cuales mezcló con otros datos históricos, arqueológicos y etnohistóricos de su época, a fin de asentar las bases de la reconstrucción “hipotética” del Valle de México.
A lo largo del mural mencionado, el artista mexicano plasmó como elemento central los canales y acueductos de la calzada de Tlacopan, que desembocan en el Templo Mayor. Asimismo, agregó el centro ceremonial de esta civilización, los templos menores conocidos como “campan” y los barrios o “calpullis”.
Otro elemento que refuerza la visión del mundo antes de la conquista proporcionado por Rivera, es la ciudad de Tlatelolco, su centro ceremonial y sus templos, entre los que destacan el templo de “Huitzilopoztli” y “Tezclatlipoca”, así como el gran mercado “huey tianquizcuo”, este último mencionado en las crónicas de Hernán Cortés.
La importancia de la obra de Diego Rivera, según el artículo de González, trascendió también en la planeación de la “Sala Mexica” del Museo Nacional de Antropología (MNA), a cargo de Antonio Caso, ya que este último decidió tomar como base el trabajo del muralista para el diseño de la exposición.
Diego Rivera mantuvo una relación lejana con la arqueología mexicana, ya que a diferencia de otros artistas como Miguel Covarrubias no se involucró en ninguno de los trabajos realizados a lo largo de la República Mexicana, pero a pesar de ello se mantenía al tanto de cada uno de los avances que se suscitaban en este ámbito.
Muestra última del fuerte vínculo que poseía hacia las culturas prehispánicas es el diseño del Museo Anahuacalli, recinto planeado por él mismo como museo personal que a partir del uso de materiales modernos fue construido con el objetivo de retomar y reconocer la genialidad de la arquitectura prehispánica.
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