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Poder y dinero
En el pasado, alrededor del mundo occidental –pero especialmente en Europa–, algunos movimientos políticos inspirados en la moral cristiana se consolidaron en diversos partidos y agrupaciones cuyos principios y valores intentaban responder a los desafíos de la realidad dentro de los márgenes que la doctrina religiosa enseña. Así, por ejemplo, partidos y personajes políticos de identidad o raigambre cristiana no sólo han participado del proceso y competición política en sus localidades y naciones sino que también, en teoría, una vez en el ejercicio del poder anteponen la doctrina cristiana a la tentación del utilitarismo pragmático.
Sin embargo, un fenómeno cunde en aquellos grupos y personajes en estos días y es detonado esencialmente por la complejidad del fenómeno migratorio moderno: la afirmación de una nueva doctrina ‘cristiana’ antiinmigrante; una que comienza a estrechar alianzas con grupos políticos nacionalistas e integristas, xenófobos y supremacistas, con tal de mantener orden en un precario y artificial sistema político-económico.
Siguiendo el ejemplo norteamericano para granjearse al electorado creyente, el bloque político alemán conformado por la Unión Cristianodemócrata y la Unión Socialcristiana se ha aliado a partidos políticos catalogados como ultranacionalistas, antiislamistas y euroescépticos para endurecer las políticas de migración y asilo; y no es el único caso en Europa o el continente americano. A pesar de su identidad política han decidido dar la espalda a la doctrina humanitarista y cristiana respecto a los migrantes y refugiados a través de legislaciones que no sólo son más estrictas sino que llegan a tener tintes de discriminación, racismo y aporofobia.
La decisión de estos partidos es lógica y pragmática; de hecho, los obispos católicos alemanes confirman que hay una proporción creciente de población que se siente atraída por movimientos políticos discriminatorios, extremistas y radicales: “Observamos con gran preocupación que el pensamiento radical está en aumento e incluso se está convirtiendo en odio hacia los semejantes, especialmente debido a su religión, origen o color de piel”. Estos partidos políticos, para ganarse la simpatía de ese electorado inflamado de miedo y aversión no tienen reparo, por ejemplo, de plantear medidas de “expulsión de personas con antecedentes migratorios bajo el lema de remigración”.
Para la Iglesia católica alemana (también para otras tradiciones cristianas protestantes y evangélicas), el principal problema radica en que esta ideología política extremista cree que pueden distinguirse de manera tajante los pueblos según “su esencia” y sus prácticas culturales.
Este pensamiento conduce invariablemente a la consideración de que un país, una nación o un pueblo está delimitado por esencias “naturales” como la ascendencia o la sangre; y si la noción de “pueblo” termina siendo sólo una comunidad de personas étnica y culturalmente iguales o similares, el nacionalismo racial es la ideología política que mejor puede lucrar el sentimiento de protección supremacista. Y, por desgracia, ahí parecen haber vuelto los movimientos políticos identificados como cristianos pero con una doctrina político-religiosa que les instruye privilegiar al sujeto afín de su propio pueblo-nación (con quien comparte una supuesta identidad esencial) invisibilizando a cualquier otro prójimo.
Frente a este panorama, la doctrina contemporánea de la Iglesia católica ha ponderado, ante todo y por encima de los órdenes del sistema del Estado-Nación, a la dignidad humana; aunque no ha sido un camino sencillo. Por ejemplo, en su último mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y Refugiado, el papa Benedicto XVI antepuso el principio de que “cada Estado tiene el derecho de regular los flujos migratorios y adoptar medidas políticas dictadas por las exigencias generales del bien común” y depositó la carga de responsabilidad en los inmigrantes de trabajar su “auténtica integración” en la nación de acogida. Por supuesto, el pontífice alemán apeló al respeto de la dignidad de toda persona humana, pero su perspectiva mantenía el orden estatal y diplomático como el sistema ideal en el que es posible construir y vigilar los mecanismos de aceptación y protección de las personas en condición de migración.
Por el contrario, el papa Francisco ha sido mucho más crítico con ese orden institucionalizado puesto que “las migraciones ponen de manifiesto frecuentemente las carencias y lagunas de los estados y de la comunidad internacional”, como denunció en su primer mensaje para la misma Jornada de Emigrantes y Refugiados. Para el argentino, los sistemas políticos no son capaces de abrazar “las aspiraciones de la humanidad de vivir la unidad en el respeto de las diferencias, la acogida y la hospitalidad” ni regular todos los medios para hacer posible “la equitativa distribución de los bienes de la tierra, la tutela y la promoción de la dignidad y la centralidad de todo ser humano”.
Entonces, si Benedicto XVI expresaba su confianza en que las instancias políticas pueden desarrollar mecanismos orientados al bien común; Francisco, insiste en que sólo la dimensión humanística y cristiana hace posible la justa distribución de los bienes y la custodia de la dignidad. Como sea, desoyendo a ambos, tanto partidos y liderazgos políticos ‘cristianos’ de naciones de acogida (Estados Unidos o Alemania, por ejemplo) apelan hoy al proteccionismo de “valores nacionalistas”, respaldados por campañas mediáticas y propaganda política, para confirmar este nuevo ‘evangelio’ que privilegia la defensa del poder institucionalizado por encima del servicio a los vulnerables.
Quizá sea un buen momento para recordar que la cristiandad primitiva, en el fondo, siempre fue un pueblo nómada bajo sospecha de los imperios y los órdenes políticos establecidos: que llevó consigo por supuesto su fe, pero también sus expresiones culturales, su identidad grupal y diversos atributos sociales muy a pesar de que las estructuras de poder pretendieron domarla. Después fue estructurante del poder y de la imposición de todas las regulaciones sociales; pero eso también sucedió hace mucho tiempo.
Felipe de J. Monroy/ Director VCNoticias.com
@monroyfelipe