Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Si los fenómenos naturales y su intensidad no se pueden evitar, el fortalecimiento de protocolos y de la cultura de la prevención es la mejor oportunidad para reducir su impacto. Y de ello, México tiene una larga historia.
Los sismos de 1985 revelaron debilidad institucional para actuar de manera inmediata ante la tragedia, incluso, fue la sociedad civil la que ocupó ese vacío y desplegó voluntad solidaria para remover escombros, rescatar cuerpos y organizar las primeras acciones de apoyo.
Ahora contamos con un Sistema Nacional de Protección Civil, atlas de riesgos actualizados y el fortalecimiento de protocolos y sistemas de alertamiento. Somos una ciudadanía mejor preparada, pero no exenta de los fenómenos de la naturaleza.
Las recientes lluvias en la Ciudad de México, sin precedentes en al menos un cuarto de siglo, cuyos efectos fueron más intensos en alcaldías del sur, develaron tanto reacción institucional inmediata como áreas de oportunidad.
Aun cuando los efectos de las precipitaciones no los pueden revertir, la presencia en el sitio de servidores públicos es reveladora de la cercanía y empatía con las cuales el gobierno de Clara Brugada plantea la atención.
Hubo reconocimiento a la imposibilidad de llegar antes a las colonias más afectadas. La distancia, así como las condiciones climáticas y geográficas, fueron factor y detonaron el planteamiento para la descentralización de servicios de emergencia y el acercamiento a determinadas zonas.
Los fenómenos naturales pueden provocar el desplazamiento de la población, dañar cultivos —en Milpa Alta y Xochimilco hubo afectaciones a la flor de cempasúchil—, generar crisis sanitarias o alterar la economía de las regiones. Acapulco, recientemente, es un ejemplo.
La capacidad de reacción de los gobiernos es crucial para mitigar las consecuencias negativas y proteger tanto a la población como a la infraestructura. Rapidez, coordinación y preparación determinan las posibilidades de recuperación de las comunidades.
Para minimizar los daños, la clave radica en la prevención. Información y conciencia son herramientas poderosas para reducir el número de víctimas; una población bien informada actúa de manera eficaz cuando ocurren emergencias.
Una vez superada la fase de emergencia, comienza el proceso de recuperación, donde la capacidad de gestión gubernamental es fundamental. En sus acciones, Brugada evidenció aprendizaje central ante los fenómenos naturales: las y los afectados no están solos.