Doble rasero del populismo: Trump, AMLO y la manipulación de los nombres
Dependiendo en qué país usted viva, entenderá el problema del sistema educativo mexicano, donde al parecer los “maestros” sindicalizados inconformes, son los dueños de la educación pública. Como en la máxima Casa de Estudios, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde un grupo de vándalos, dizque estudiantes, ha secuestrado la rectoría con violencia.
Quienes ven desde afuera el problema no tienen una idea clara de porqué los supuestos maestros de la educación primaria, en aras de velar por sus derechos laborales tengan la alternativa de delinquir sin que las autoridades del orden público puedan impedirlo. Obstruyendo y destruyendo la vía pública, incluidas las instalaciones a las que dicen pertenecer y defender, dando una cátedra patética al mundo en la formación de futuros ciudadanos. Maestros que en lugar de rayar el pizarrón con gis, rayan al pavimento con machetes, cadenas y hachas.
A la UNAM, los porros la convierten en letrina, donde a cualquiera a quien le cause indigestión lo que no puede comer por los oídos y los ojos-estudiando-acaba por guacarear todos sus desechos mentales en “sus” centros de estudios, paralizando la función educativa y administrativa.
Está fuera de toda comprensión y ni hay que desgastarse en tratar de justificar lo injustificable. Quizás sea mejor preguntarse ¿cuándo y cómo inicio todo esto?, ¿quiénes lo promovieron?, ¿autonomía de quien, para qué?
Cuando en México se iniciaba su sistema escolar moderno a principios del siglo pasado, lo hacía junto a la Revolución Mexicana. Por lo que estuvo expuesta a varios criterios que se debatían entre ideología liberal y conservadora; laica y religiosa, izquierda y derecha. Las que se aplicaban según el caudillo en turno.
La educación durante el porfiriato fue determinada por el Ministro de Instrucción Pública, Justo Sierra, promotor de la Universidad Nacional y de la “autonomía en los jardines de niños”(?) laica y gratuita.
Ya en la recta final de la Revolución, José Vasconcelos llegaría a la Secretaria de Educación Pública, con su “libertad de cátedra” que ya desde el presidente Francisco I. Madero venia promoviendo, que rompía con el modelo del “positivismo” (filosofía del conocimiento científico) de Justo Sierra, para la educación básica y superior.
Vasconcelos durante su función en la Secretaría impulsó una nueva identidad nacional apoyándose en la fe cristiana, dejando de lado al positivismo científico que traía un tinte comunista ateo, con lo que se iniciaba abiertamente la confrontación ideológica a través de la educación que afectaría a las futuras generaciones.
Una vez Vasconcelos con Álvaro Obregón en la presidencia y a cargo de la Universidad Nacional, deja plasmada su leyenda “Por mi Raza, Hablara el Espíritu”. Como secretario de Instrucción Pública implementa su proyecto nacionalista con fe espiritual –ganándose el mote de “apóstol de la educación”– que él calificó de “misiones culturales”. Aun así promovió el arte identificado con el marxismo-leninismo. Además de que incrementó considerablemente la infraestructura educativa.
Pero sobreviene la Guerra Cristera (1926-1929) con Plutarco Elías Calles como presidente, con la que se pasaba de la violencia política y verbal a la guerra abierta con la separación Estado-Iglesia. Y continúa la línea dura en la sucesión presidencial con Emilio Portes Gil, quien como Presidente enfrenta la primera huelga en la universidad. Y les dice a los estudiantes inconformes “…les voy a dar la autonomía…”.
Para esos jóvenes la autonomía era lo ideal. Pero su autonomía obedecía más a un impulso de rebeldía que al derecho del libre aprendizaje. En el Consejo Universitario estaban: Vicente Lombardo Toledano y Narciso Bassols, ambos simpatizantes del marxismo. Y declaran que la nueva Universidad Nacional Autónomo de México se basara en “la doctrina socialista científica”.
Con Lázaro Cadenas (1934-1940) en la Presidencia se consolida el destino socialista de la educación y no solo se apega al principio laico, también son importadas ideologías ajenas, con maestros traídos expresamente para que la niñez y la juventud “abra los ojos a la realidad” materialista y se forme con dogmas científicos y no metafísicos.
Una vez que se consolida el poder político en un solo partido, el nacionalismo mexicano a través de la filosofía “positivista” va contra la burguesía, la iglesia católica y la propiedad privada. Para afianzar la educación pública laica surgen las consignas anti cristianas. Que se manifiestan abiertamente en la extrema izquierdista.
Confundiendo el conocimiento científico con la intolerancia, impulsada por el celo de sentirse “superados” por una educación espiritual o del poder económico, los estudiantes asumen el rol de defensores del pueblo y arremeten contra todo lo que le parezca ajeno a lo estrictamente científico.
Pero en su pecado se lleva la penitencia. Como no hay valores espirituales en los extremistas ni se respetan las ideas contrarias, la única ley de convencimiento es la ley de la fuerza física; con el pretexto de cuidar y mantener la educación laica, materialista, gratuita y sin el peligro de la privatización, y para eso se recurre a la autonomía distorsionada, al punto que los supuestos “defensores” del pueblo pasan sobre la inmensa mayoría porque solo les interesa la preparación académica.
¿Resultado? Los vándalos protectores del pueblo escudados en la autonomía innecesaria, son presa fácil de perder su libertad con otras ideas extranjerizantes. Como ha quedado demostrado poniéndole los nombres a las aulas de la UNAM de Fidel Castro, Mao Tse Tung, Che Guevara, Lenin, Ho Chi Min, Camilo Torres… convirtiendo al recinto universitario en almacén para armas y refugio de delincuentes como en el 68, donde la fuerza pública no tiene la autoridad para entrar. ¡Cómo! Se mancillaría la autonomía sagrada.
También algo incomprensible es que la autoridad no intervenga si no es con la autorización del rector. Cuando en un Estado que se diga con leyes mínimas no espera la autorización de nadie más que de sus superiores.
En la entrevista que hiciera Oscar Mario Beteta al “profesor” Morán, uno de los maestros disidentes el pasado viernes en Radio Fórmula, sus argumentos se basaban en no privatizar a la educación, pero habló como grupo subversivo y no como sindicalista. Se refirió a las luchas ganadas en 1917 como derechos históricos. ¿Se refería a las acciones anarcosindicalistas? ¿Oponerse a la reforma educativa con el apoyo de las policías comunitarias armadas no es anarquismo? Exigió derecho al empleo, ¿trabaja? Pero, para él es una lucha justa y noble. Con lo que no nos deja una idea clara de los motivos para la violencia, no importando desde donde usted lo vea.
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