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Visión financiera
Todo comenzó con un video de seguridad tomado desde el portón de una casa en Tultitlán, Estado de México. En la escena, un joven de lentes y cabello hirsuto se detiene para sacar una bolsa que abandona junto a las llantas de un automóvil. En el envoltorio hay un bebé de cinco meses de gestación. El recién nacido sobrevive milagrosamente gracias a que los vecinos pidieron rápida asistencia médica y policial. Después de esto, la evolución de los acontecimientos mostró un rostro social que requiere profundo análisis.
El abandono de bebés recién nacidos, por desgracia, es una situación recurrente en prácticamente todo el mundo Por ejemplo, en 2024 se consideró definir como ‘epidémico’ el incremento de casos registrados por año en los Estados Unidos y se urgió a los medios de comunicación a compartir y recordar a la ciudadanía los servicios que ampara la “Ley del Bebé Moisés”, la cual permite a los padres a abandonar a sus recién nacidos en sitios seguros designados como hospitales, estaciones de bomberos o servicios médicos de emergencia sin caer en actos criminales o recibir cargos punitivos. La ley, originada en Texas en 1999, ha buscado responder a favor de los bebés que suelen ser abandonados de forma clandestina y en sitios fuera de vigilancia, condiciones que con frecuencia causan la muerte a los inocentes por falta de auxilio.
En el viejo continente, también hay un mecanismo semejante al Norteamericano y en Europa hay más de 200 “baby boxes” (o ‘buzones de bebés’) donde se permite abandonar a los bebés de forma anónima en un lugar seguro (de hecho, una vez depositados ahí, las cajas se cierran para ser abiertas únicamente por personal policial y de asistencia hospitalaria). Por supuesto, estas medidas tienen sus detractores; principalmente entre grupos que promueven la legalización de terminar con la vida de los bebés antes de nacer y así “evitar” los cuidados que habrían de requerir.
En México, el fenómeno es semejante aunque el panorama sí es muy distinto. Con recurrente frecuencia se conocen noticias sobre bebés abandonados en cajas de cartón, bolsas de plástico o envueltos en mantas, sobre carreteras, en malezas periféricas, en lotes baldíos, frente a clínicas y hospitales o, como en el caso de Tultitlán, al pie de una indistinta calle popular. Ante a este fenómeno, en algunas ocasiones se han promovido leyes semejantes a las europeas y norteamericanas; y también hay varias organizaciones que, desde la caridad, ofrecen el recibimiento de los recién nacidos de mano de sus progenitores que, por diversas razones, no pueden hacerse cargo de ellos.
Sin embargo, el caso de Tultitlán ha sacudido a la opinión pública por la sordidez del conjunto de circunstancias polémicas que lo integran. El joven del video resultó ser el progenitor de la criatura y que posteriormente –convencido por sus propios padres– se entregó a las autoridades en medio de un linchamiento social y mediático en contra de él y de su familia. Se trata de un joven de apenas 18 años que había abandonado su hogar familiar y sus estudios para emprender una trabajosa vida con su novia de 21 años. Por declaraciones de terceros, se sabe que la joven madre trabajaba en un pequeño local y que el joven tenía problemas para conservar un trabajo; que la mujer además tiene ya un hijo de una relación anterior y que, ante la noticia de su embarazo, ella habría recurrido a la única opción que parece promoverse en el país: el aborto.
En los últimos años, en el país parece no fomentarse ninguna otra opción ante embarazos inesperados que el aborto: tanto por la promoción de su realización injustificada y legalizada, como por la accesibilidad y publicitación de medicamentos abortivos. El impulso y patrocinio para erigir la terminación de la vida de un ser humano en gestación al nivel de un ‘derecho humano’ cuenta con altos mecanismos jurídicos, legislativos y culturales a su favor. Y esto propicia una riesgosa perspectiva de la cual se habla poco: la deshumanización del drama humano, la normalización de desechar o descartar a un bebé en gestación y de la falta de educación respecto al cuidado con las personas vulnerables.
El caso de Tultitlán no termina allí. La madre del bebé abandonado ha decidido denunciar al joven padre asegurando que ella tuvo a su hijo de manera repentina en el sanitario de su trabajo y que le encomendó a él llevarlo a un hospital mientras ella realizaba otras diligencias; por otra parte, la defensa del joven asegura –sin minimizar su propia responsabilidad– que ambos llegaron al acuerdo de abortar al bebé y deshacerse del cadáver. En todo caso, hay una invisibilización del bebé en gestación y nacido prematuramente; todas las acciones se realizaron salvaguardando los intereses particulares de sus padres, pero no los del menor. Y esto, por extraño que parezca, es lo que la legislación mexicana y la promoción de la cultura de descarte de los más vulnerables ha venido cabildeando en los últimos años tras la ideologización de este tema debido a una polémica resolución en la élite del Poder Judicial.
Tiene razón la presidenta Claudia Sheinbaum al reconocer que detrás de situaciones como las que ha desvelado el caso de Tultitlán hay “causas muy profundas” que se derivan en estas terribles experiencias de abandono y descarte. La mandataria considera que estos casos dolorosos tienen causas a nivel familiar, en la falta de comunicación, en la ignorancia y la falta de información, en la desatención; y considera que, más que la punición, “es más humano atender esas causas”. Coincido y agrego: para que se atienda humanitariamente este drama, lo primero es identificar quiénes son esos humanos dignos de nuestro humanitarismo; porque si se excluye a alguna de las partes, quizá no sea auténtica nuestra convicción humanista.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe