Teléfono rojo/José Ureña
Como las cifras de su economía son astronómicas todo indicador se mueve con muchos ceros; impresiona en ocasiones, en otras hace perder perspectiva de lo que se habla y bueno, uno de los deportes de mayor practica en la economía global es la manipulación de las cifras y sin duda es una baile que saben practicar en las tierras del Río Amarillo.
Como la economía centralmente planificada requiere de indicadores numéricos de todos sus factores para poder ser evaluados los logros alcanzados y de esto dependen las cuotas de satisfactores con los que se recompensa o castiga el cumplimiento o la falta de este, diseñar cifras ad-hoc es una actividad ampliamente practicada.
Por supuesto esto no es privativo ni del sistema chino ni las economías comunistas. Tan solo que se nota más. Se nota por ejemplo en los discursos oficiales, los que siempre inician con una mención positiva al clima y la armonía, sin importar el estado real de la temperatura ni si la felicidad existe o no; la mención siempre está presente. Pero a continuación vienen las cifras y estas se suceden en profusión difícil de seguir y en la practica, sin paciencia o cadencia para ser cuestionadas.
Así, los millones se convierten en billones, los litros en mares y los granos en silos. Y es que con un mil trescientos millones de habitantes (y contando) todo se multiplica de manera estratosférica. Pongamos un ejemplo de lo difícil de evaluar la veracidad de las cifras: si el ser humano necesita consumir tres litros de agua al día, por dar una cifra, ¿en cuantos días se vaciarían lagos o ríos o cuanta energía se requeriría para transportar esa agua a la boca de cada uno de los habitantes o cuantos químicos para embotellar digamos, la mitad de esa agua en envases PET?
Y así, cualquier tema puede llevarnos a las comparaciones más enloquecedoras. Y las ganas de hacer realidad algunas de esas cifras parece estar en la mente de mucha gente.
Por ejemplo, hace unos días en charla con un funcionario local sobre el tráfico en Guangzhou me decía que pronto iniciará la construcción de un nuevo anillo periférico para desahogar los embotellamientos. Un amigo ahí presente opinó que si se aplicaran un poco los reglamentos de tránsito tal vez no fuese necesario construir más carreteras urbanas, “por ejemplo”, dijo, “prohibir el uso del celular al volante que provoca que la gente casi se detenga para hablar por el telefono aun en el carril de alta”.
No abundaré en las explicaciones de que ese no es un problema “gracias al manos libres”, que fue la respuesta del funcionario de marras. En realidad toda la conversación parecía versar en la necesidad de proveer más pistas de embotellamiento al deseo de poseer un auto. Ante el tema de la contaminación de inmediato respondió con alegres expectativas ¡y cifras!, acerca de las expectativas por contar con autos eléctricos sin consideración alguna hacia las reservas de litio de algún país monoexportador. A la sugerencia de una regulación en el número de placas se le mencionó la corrupción que eso ha generado, para indicarnos que esos eran actos fuera de la ley.
Como la conversación tornaba al absurdo y los extranjeros en la mesa corríamos el riesgo de que se nos asestase el argumento favorito de la ecología para mañana (es decir, que los subdesarrollados tenemos derecho a contaminar porque los desarrollados lo hicieron antes y por eso estamos como estamos), al unísono nos levantamos a servirnos algo más en los platos y cortamos la conversación, cruzando los dedos para no llegar a establecer como meta de planeación el “a cada quien su auto” como conquista de la revolución. No habría mundo que aguantase eso al sumar toda la cadena productiva necesaria para ello, más para la generación de energía necesaria para moverlos, por más eléctrica que esta fuese, a la velocidad de un embotellamiento urbano.
Las metas para alcanzar la armonía se miden, en buena medida en la panza y eso requiere una cadena de producción de alimentos que continuará creciendo. Naturalmente con una mayor riqueza, es la mesa uno de los primeros lugares en los que se nota el crecimiento, incluso más que en la extensión de carreteras, altura de edificios y brillo de las joyas. Y que los más de siete mil millones de habitantes del mundo coman lo suficiente, al menos una vez al día, sigue siendo una meta no lograda. Y ese es el tamaño de los retos reales, más que el dotar de un auto a tantos paisanos como sea posible.
Esta charla y buena parte de las preocupaciones sucedían en el marco de un viaje a la región Hakka de la provincia de Guangdong, en el restaurante de un moderno y lujoso hotel en un barrio denominado “la nueva ciudad Hakka”; que incluye una especie de mezquita gótica, una terraza enorme, volada al vacío y rematada con una parte del castillo de Cenicienta y una manada de elefantes de bronce en la fuente de la entrada. Sencillo contraste con las casas clanicas de las comunidades hakkas, migrantes de siglos anteriores de la etnia Han, la mayoritaria en China, que llegaron a estas latitudes refugiándose de guerras y hambrunas en el norte y que desarrollaron una arquitectura cerrada, semicircular, cargada de simbolismos y sentido de protección y aislamiento para la vida comunitaria, conservando y desarrollando valores familiares tradicionales.
Un viaje sin duda interesante en donde se encuentra la pujante industria energética nuclear con la bucólica vista de juncos en el río. Modernas plantaciones de thé y de frambuesas. Un aire puro y un verdor en el paisaje que se extraña en el sur de la provincia. Un letrero rezaba, “venga a disfrutar del aire y el espacio”. No me pareció muy convincente como argumento de venta turística, hasta que la explicación local me esclareció lo que puede significar espacio y aire que respirar cuando vives en los espacios cerrados del concreto y el aroma perenne de fideos.
La visita a un antiguo centro de exámenes para ingresar al servicio civil e iniciar una carrera en el mandarinato, lo que significaba la entrada a la escalera de movilidad social, no pudo si no recordarme lo que significa esta carrera diplomática de docenas de sufrientes exámenes. Lo único diferente pareciera ser que la cabeza no nos la cortan ya con un sable. lo hacen o lo intentan de otra manera.
Un viaje que significó la posibilidad de descubrir espacios antes vistos solo en fotografías o en referencias museográficas, acompañados por un grupo de funcionarios y de reporteros. Los primeros para salvaguardar la estabilidad, armonía y seguridad, los segundos para que ellos mismos descubriesen su país y su cultura en donde encontramos un país que trata de conocerse a sí mismo, de hacer comprensibles sus contradicciones y al plantearlas a extraños de pasaje, responder para sí. Un ejercicio que puede parecer folklórico hasta caer en la cuenta de que a nosotros mismos mucha falta nos hace, sin considerar si provenimos de economías ricas o pobres, desarrolladas, sofisticadas o cosmopolitas.
Y al recordar las lecturas documentales que ilustran de lo que esta sociedad ha vivido en los últimos cien años no puede uno si no mirar con respeto a los que aun muestran dignidad por encima de la parafernalia de una visita político turística.
Y así, bueno, pues estos hakka se dedicaron a recrear entre sus muros usos y costumbres, en casas que albergaron incluso, varios cientos de personas todos miembros del mismo clan familiar. No puedo ni imaginar el hervidero de decires que debe de haber sido eso ¡casi como estar hoy en día en Facebook contando sus cuitas a los desconocidos!
Pero también lograron con sapiencia identificar que las mujeres son muy buenas y fuertes trabajadoras, mientras que el hombre requiere desarrollar la filosofía y la poesía. Por ello el papel de la mujer es dominante. para el trabajo físico. Tal vez por eso las funcionarias locales se afanaron tanto en organizar el viaje, prodigar atenciones y respuestas, en tanto que ellos aspiraban a ¡uno, dos, cien autos eléctricos!
Filosofía y poesía pura sin duda alguna.