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CIUDAD DE MÉXICO, 30 de octubre de 2016.- Al advertir que propiciar el dolor y muerte no es cosa exclusiva de quienes están fuera de la ley, la Arquidiócesis de México señaló que las muertes que provoca la guerra contra el narcotráfico son menores, comparadas con la cifra de abortos en la Ciudad de México.
“México dice honrar a sus muertos, pero paradójicamente nos sumimos en la indiferencia hacia los miles de cuerpos humanos tratados peor que basura, y por cierto, superiores en número a las víctimas que ha arrojado la guerra contra el crimen organizado ¿A caso podríamos esperar algo mejor los mexicanos cuando avalamos con un silencio cómplice este inusitado genocidio? ¿Podemos aspirar a algo diferente cuando hemos dejado de sentir horror por el asesinato institucionalizado de miles de seres humanos indefensos en el vientre de su propia madre”, señaló a través de su editorial Desde la Fe, titulada La vida no vale nada.
La Iglesia consideró en el texto de este domingo que la adoración a los difuntos se tolera oficialmente “al proteger el asesinato de indefensos a fin de que prevalezcan egoístas decisiones sobre el cuerpo: el aborto”.
Aseguró que tan sólo en la Ciudad de México, la cifra es de más de 160 mil “niños asesinados”.
Recordó que las tradiciones sobre la muerte tienen explicación en el sincretismo cultural y religioso, donde los vivos rinden homenaje a los seres queridos que han partido.
“Nos hemos acostumbrado a la muerte en su forma más denigrante, suplantando la esperanza de la trascendencia por el culto macabro y atroz del sufrimiento demencial como cultura de la necrolatría. Todos los días somos impactados por noticias de cuerpos desmembrados, sometidos a torturas brutales para diseminar el horror inmisericorde. En medio de la guerra contra el narco, decapitaciones, mutilaciones, acribillamientos, desmembramientos, torturas y ejecuciones producen miedo y zozobra, mientras que los hacedores del mal muestran su poder en morboso juego del orgullo, capaz de infligir tormentos inauditos y controlar la vida del otro para segarla en cualquier momento en indecibles ritos sangrientos de superioridad y dominio por encima de las instituciones, enfrentando al Estado de Derecho y vulnerando el poder del Estado mismo”.
La Arquidiócesis advirtió que “mientras los niños van por la calles para pedir calaverita, se asoma en cada uno de nosotros una profunda disyuntiva para reflexionar sobre nuestra precariedad y trascendencia”.
Exhortó a que este 2 de noviembre es propicio no sólo recordar a quienes descansan en paz al compartir nuestros dones en las ofrendas, “es también motivo para el examen social de cómo hemos despreciado la vida para instrumentalizar la muerte, de los pecados cometidos y, sobre todo, de las vergonzosas cuentas que entregaremos a Dios cuando nos llame a su presencia”.