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“Buscando evidencias…”
Hay personas, en las que me incluyo, que les “tarda en caer el veinte”; alguien diría pues “más vale tarde que nunca”, pero creo que hay situaciones en las que uno no puede esperar, pues el tiempo apremia; o lo haces ahora o nunca lo harás.
Por qué comienzo con estas máximas populares, déjenme les narro, ya entenderán el por qué.
Después de varios años entendí el significado real de la frase: “se pasan la vida buscando evidencias”, palabras que una persona muy apreciada, durante un evento, arriba en el estrado repetía insistentemente a todos los que ahí nos encontrábamos. Yo en mis adentros me repetía: “éste está loco, cómo puede afirmar tal cosa si no conoce las circunstancias de la vida de cada uno de nosotros…”.
Y él insistente continuaba: “si no han logrado hacer realidad todo lo que se han propuesto para su vida es porque no se han organizado, porque no han trabajado para ello, porque se pasan la vida justificándose, porque no han luchado lo suficiente, porque ocupan la mayor parte de su vida buscando evidencias para justificar su ineptitud, su falta de confianza, su falta de ganas para hacer realidad sus sueños…” y así en ese tenor continuaba con su exposición que al principio califique de “perorata” porque en mis adentros sabía que estaba dando en la llaga, y eso la verdad, molestaba a mi ego.
Cuando terminó la serie de exposiciones me llevé grandes enseñanzas que puse en práctica para mi vida, y para entonces según yo, había entendido la tan traída y llevada frase: “se pasan la vida buscando evidencias…”.
Pero qué creen, no fue así, aun no había entendido realmente el sentido de esas palabras sino hasta que me tope con la plática de un taxista.
Apenas me subí al taxi y le dije al conductor a donde iba, un adulto mayor como de 60 o 70 años de edad, comenzó a platicar, bueno diría yo, comenzó su monólogo que no terminó hasta que llegué a mi destino.
Mientras manejaba con la vista fija al frente, ni siquiera me miraba por el espejo retrovisor, me contaba que en sus “ayeres”, cuando aún era joven, en Aguascalientes le vendieron un terreno de 500 metros cuadrados en donde pensaba construir una casa que tuviera recámaras de ocho por ocho metros, “grandotas” no como las “jaulas que ahora venden y muy caras”, con un “bañote y una cocinota”… pero que no pudo comprar por culpa de un amigo, quien no le pagó a tiempo el préstamo que el taxista le había hecho.
Tiempo después se le presentó la oportunidad de comprar un edificio de dos pisos con cuatro accesorias, de las cuales tres rentaría y en la otra, montar una cocina económica en la que pensaba acreditar con un menú de comida corrida muy sabroso y barato. En los pisos de arriba el viviría con su familia, mientras que con la renta de los locales y lo que “dejara la cocina” podrían mantenerse “muy bien” y ahorrar para comprar más bienes.
Proyecto que tampoco logró hacer realidad, aseguró él, por culpa del propietario del edificio; sólo le faltaban cinco mil pesos para “ajustar el precio”, cantidad que no quiso se la pagara en partes.
Pasaron unos meses cuando otro amigo le ofreció un terreno con una superficie de aproximadamente 800 metros cuadrados. Lo mejor de la oferta fue el precio, “una ganga”. Ahí pensó construir una alberca con servicio de vestidores, juegos para los niños y un “pequeño lugarcito con mesitas para comer y echarse un refresquito y unas chelitas”. Tampoco pudo llevarlo a cabo. El culpable en esa ocasión fue su hijo que unos “diyitas” antes le había pedido prestado el dinero para pagar el servicio del hospital en donde su nuera dio a luz.
“Es que si mi hijo hubiera ahorrado para el nacimiento de su hijo y no me hubiera pedido prestado, yo hubiera podido comprar ese terrenito, yo hubiera construido la alberquita y me hubiera ido rebien…”.
Íbamos justo a la mitad de mi trayecto cuando me relató que otro amigo le vendió un “terrenote” en donde pensó construir un “hotelito”. Fue a ver a un conocido a quien le pidió le hiciera los planos, pero que además le recomendará a un buen arquitecto que le construyera con buenos materiales.
Me contó que se llevó algunos meses en imaginar cómo sería “su hotel”, pues de éste dependería su futuro: vivir bien, dejar de “sobarse el lomo” y sólo dedicarse a administrarlo.
Sin embargo, tampoco fructificó el proyecto. Ahora el culpable fue otro amigo, quien no le dio a tiempo la tanda a la que había entrado, “con esa tanda yo pensaba pagar el terreno, construir y echar andar mi hotelito”.
“No, sí mi amigo me hubiera dado la tanda a tiempo hubiera comprado el terreno y construido el hotel, qué iba andar yo aquí trabajando en el taxi, yo estuviera en Aguascalientes administrando mi hotelito, ya hasta me hubiera hecho de otros terrenitos, cuántas cosas ya hubiera hecho…”.
Conforme narraba sus proyectos inconclusos, tomaban sentido aquellas palabras que en su momento me “chocaron” y hasta las sentí agresivas; ahora entendía realmente el significado. Tenía toda la razón Hugo, nos pasamos gran parte de nuestra vida culpando a los demás por lo que dejamos de hacer; juntando y “buscando evidencias” para justificar nuestra medianía, nuestra falta de seguridad, nuestra falta de visión, de arrojo, de coraje para hacer realidad nuestros proyectos, nuestros sueños…cuánta razón tenía Hugo.
Hay que dejar de “buscar evidencias”…Es ahora o nunca.
QMex/mmv/arm